miércoles, 21 de julio de 2010

Educación


La actual situación de la educación escolar es compleja. No podemos decir exactamente que se halle en una crisis grande y aplastante, que está a punto de reventar o que como dicen ciertos fatalistas (tanto de derecha como de izquierda) ya reventó y fracasó. Lo que sí podemos decir es que está en un momento de transformación desde hace ya muchos años, en el cual se dan una numerosa serie de pequeñas crisis individuales en las diferentes áreas de la educación, cruzadas por algunas crisis superiores y por diversos discursos “apocalípticos” o “integrados”, para usar la terminología de Umberto Eco, en los que se integran nuevas propuestas y refritos de antiguas propuestas, y que, como en todo el ámbito de la postmodernidad conviven en una tensa relación.
Por un lado, está lo que mucha gente ve como una decadencia de contenidos. Los contenidos, ciertamente, perdieron cierta densidad, y buena cantidad de datos se postergaron o incluso se anularon, esto obedece a una gran diversidad de causas: obsolescencia de ellos e intentos de cambiar el concepto de la educación bancaria por el lado positivo, pero también incapacidad de algunos docentes y de los alumnos por el lado negativo, así como las modificaciones de los planes de estudios, que priorizan algunos desarrollos sobre otros. Sin embargo, la “reducción de contenidos” es considerablemente relativa, y depende más del curso, el colegio y el profesor particulares que de un factor general. En muchos casos se puede considerar que de diez años a esta parte, los contenidos mejoraron, en otros, muchos también, que se redujeron.
Por otro lado, está el tema de la adaptación a los tiempos y a los distintos lugares sociales. La pobreza y la escuela son un tema conflictivo, pero un tema que fue conflictivo desde sus mismos inicios. En el trato con los sectores marginales se ve desde algunas direcciones y desde algunos profesores un miserabilismo patente, un asistencialismo paternalista y vanidoso del “Letrado” por sobre el “Iletrado”, el niño carente, el chico de clases bajas, a quien se le tiende la mano a la vez que se aconseja a los profesores “mano dura”, asistencialismo y vanidad inconsistentes desde el mismo lugar en el que se para el “letrado”, ya que en la mayoría de los casos ni siquiera es una figura significativa en su ámbito particular, y que muchas veces intentan compensar este desajuste entre aspiraciones y logros marcando estas distancias “comprometidas” frente a las comunidades en las que se desenvuelven. Esta diferenciación de necesidades resulta nefasta pues reproduce el feómeno de las “escuelas pobres para pobres”, provocando mayores fracasos escolares. No obstante esto no es una ley general, ya que hay gran número de docentes que buscan que todos sus alumnos posean las mismas capacidades, las mismas oportunidades dentro de la sociedad, o directamente intentan revertir esta realidad a partir de la educación.
Un fenómeno notable es el desajuste entre la función social ejercida por el docente con respecto a su grado de conciencia respecto a él. Existen grados muy diversos en él, entre quienes ven en la docencia una función meramente alimenticia, o una especie de seguro de desempleo, despreocupándose absolutamente de la función social, en un extremo, hasta los mesiánicos salvadores de la humanidad, que desestiman el trabajo docente como una labor digna de ser remunerada, perdiéndose en la entrega o el sacerdocio de la docencia. La mayoría se concentra en la gran cantidad de posiciones intermedias, en las cuales se aceptan diversos grados de responsabilidad.
A su vez, la sociedad es conflictiva con respecto a la educación, y existen diferentes posicionamientos del Estado con respecto a la educación, favoreciéndose ciertos aspectos sobre otros, en un desajuste con respecto a las necesidades reales educativas (por ejemplo, las necesidades presupestarias), pero careciendo de decisiones reales acerca de los contenidos, avanzando a ciegas sin integrar sus políticas educativas con las prácticas de los profesores, que permanecen notoriamente inmunes a los cambios de currículas, especialmente aquellos que ya llevan mucho tiempo en la docencia.
Los docentes, un grupo extremadamente heterogéneo, carecen de referentes propios, y lo más acertado en el ambiente es una progresiva individualización del trabajo docente, aunque, nuevamente, eso depende mucho de la institución, ya que algunas son más participativas que otras, dependiendo nuevamente de que particulares, los directivos, se movilicen o no con respecto a esto.
Uno de los problemas más capitales de la docencia, a mi juicio, es la ligazón a un discurso reproductivo del conocimiento, no productivo. Más allá de los trabajitos de “investigación” que requieren profesores particulares, más basados en recopilar material existente, no existen programas reales, con un peso específico, que permita a los alumnos sentirse una parte importante dentro de la comunidad del conocimiento. El verticalismo educativo, aún después de las pedagogías de la liberación como la de Freire, es notorio. La disciplina y el acatamiento de normas resulta más importante que la creatividad, y cuando ésta pareciera ser importante, se trata de un discurso vacío, más hijo de una bohemia diletante que de un verdadero compromiso creador.
Las soluciones no son únicas. No creo que haya una auténtica “salida” al “problema educativo”, puesto que una vez resueltos los problemas actuales, surgirían otros problemas nuevos. De cualquier manera, creo que es obligación irlos resolviendo en la medida en que van surgiendo. Los problemas educativos son problemas de Estado, entendido éste tanto como organización social como de participación ciudadana, y están cruzados por problemas que no se originan en la educación misma, aunque la educación sea en parte responsable de su mantenimiento o resolución. La miríada de problemas puntuales debe ser resuelta en forma social, como Estado, e individual, como ciudadanos y sujetos del proceso educativo. Es un compromiso plural, en el cual cada parte tiene su cota de responsabilidad.

No hay comentarios: