domingo, 21 de julio de 2019

El examen



Él salió de la casa contento, pero asustado. Los quince días que pasó allí habían sido unas buenas vacaciones aunque ya se le hacían pesados, pero terminaron, y tenía que volver a la realidad.
Era alto, buen mozo, el pelo negro cuervo. Caminó. Tenía que ir a buscarla. Tenía que encontrarla. Era rápido. Las calles se habrían ante sí y se perdían a la distancia.
Llegó. Un edificio grande, art decò. Ya había estado allí otras veces. Subió varios pisos hasta la oficina de ella.
Ella era indescriptiblemente hermosa. La mujer más bella que él hubiera conocido, y había conocido muchas. Su vida entera había estado rodeado de mujeres hermosas. Empezando por su familia, sus primas destacaban en la multitud incluso en las playas del sur. Habían fijado un estándar imposible que les había causado a él y a su hermano muchos problemas para conseguir pareja. Pero ella excedía ese estándar en mucho, y él no podía creer su suerte al conocerla. Siempre el verla le inflamaba la sangre. Trabajaba ahí desde hacía tiempo. Entró: conocía a todo el mundo.
Ella lo vio. Su gesto fue curioso. Una sonrisa reprimida, y en sus ojos una infinita tristeza. Bellísima.
Se acercaron.
− Ahora no puedo. − Le dijo ella. Él no dijo nada. Se acercó a un escritorio vacío y miró el ordenador. Una caja fea color azul. Tenía familiaridad con ellos, pero lo aburrían. Estéticamente contrastaban con la belleza natural de la mujer.
Él se puso a trabajar. Agarró dos expedientes, los abrió y prendió la máquina. Leyó a conciencia el primero: las faltas ortográficas abundaban. Se puso a corregirlas en el papel y luego se fijó en el aparato. Entendía su funcionamiento general, pero el desafío era el programa en específico: pedía un examen para abrirlo. Miró las preguntas y fue respondiéndolas. Las primeras eran fáciles, pero se iban poniendo progresivamente más difíciles. Fue trabajando por descarte, quitando las opciones absurdas o humorísticas. Pero hubo un punto en el cual no pudo saber la respuesta; era suerte o verdad, una pregunta legal tan específica que solo la familiaridad inmediata podía responderla. Se congeló.
Ella viéndolo se levantó. Él lentamente hizo lo propio, pero acariciándole la espalda desde la base hacia el cuello, por debajo de la ropa. Un gesto familiar y tremendamente significativo. Lo que él había venido a buscar. Mientras la mano ascendía por la espalda él le respiraba cerca, muy cerca. Se detuvo en su nuca y se la besó muy suavemente. Los vellos del brazo de la mujer estaban erizados. Él siguió con los besos, y ella, con la cabeza hacia arriba se derretía lentamente. Pero se detuvo. Puso un alto. Él siempre había sido un excelente amante. El mejor. Por eso habían estado juntos tanto tiempo.
Pero era el momento de cambiar. Sin alejar la mano ni su cuerpo, se puso rígida.
− ¿Pasaste a ver a nuestro hijo primero?
  No, vine a verte a vos.
− Ahá.
Él supo que había desaprobado. La dejó.
− Te acompaño abajo. − Dijo ella.
Bajaron en silencio. Se abrazaron. Lloraron un poco. Él partió.
No tenía destino sobre la tierra, y había terminado con su mujer.

Esteban Ruquet
15/07/2019

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