-Esto es una mierda- dijo, y tiró el libro, titulado “Los Cien Pasos para Conseguir la Felicidad”, contra el equipo de música, que dejó de sonar.
Miró a través del enorme ventanal que daba al balcón de su departamento, como solía hacer cuando estaba deprimido, pero el cielo estaba despejado y la bóveda celeste se veía plagada de estrellas, como si miles de luciérnagas se hubieran quedado adheridas a un pegajoso lienzo negro.
La ausencia de una furiosa tormenta lo desanimó aún más, pero de cualquier manera no colapsó, aunque pensó que el universo aunque sea por esta vez podía estar a tono con su alma, en lugar de mostrar esa feroz indiferencia.
-Ella me querrá o alguien morirá- pensó, y agarró el revólver que escondía debajo del cómodo silloncito. Abrió la puerta, se tomó un vaso de whisky, prendió un cigarrillo y bajó por las escaleras los once pisos que lo separaban de la calle fumando. Caminó un par de cuadras y llegó al edificio donde vivía la Mujer Amada. Entró y se dirigió al
-Sexto A- le dijo al portero, cuando este abría la boca.
-Pase por el ascensor- le contestó con su más agria cara de seco de vientre.
Subió, en efecto, y llamó a la puerta. Abrió la Mujer Amada.
-Hola. Te hago una pregunta y no te jodo más: ¿me amás?
-Claro… que NO- respondió ella.
El Joven Sensible sacó su Magnum 45, apuntó a la chica, hizo un gesto de cansancio, y se voló limpiamente la tapa de los sesos, con la misma expresión desdeñosa con la que había vivido sus veinticinco años.
Ella, sin perturbarse, llamó a su novio, un policía gigantesco y prepotente, para que viniese a retirar un cuerpo que le podía causar problemas.
¿Valía la pena matarse sólo por una mujer terca? No. Pero ¿valía la pena seguir viviendo una existencia vacía, hueca, sin amor? Creo que tampoco.
Algunas paginillas internesteantes
domingo, 2 de marzo de 2008
A los dieciocho
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