sábado, 12 de septiembre de 2009

Alguien especial

-¡Quiero llegar a la Luna, quiero ser una estrella!

-Fantástico. Pero primero comete los huevos fritos.

Me levanté abrazado a ella, desnudo. La cama era chica, e incómoda, pero el calor de los cuerpos la volvía confortable, mágica. No era una gran cama de dos plazas, cubierta de sedas y tules, ni estaba en un palacio encantado en la Luna, sino que era una cama de una plaza en un departamentito chico en el centro de La Plata. Pero como era de una plaza, estábamos abrazados. Había sol, mucho sol, que entraba por la ventana abierta, y el viento fresco en un día cálido venía bien. Mañana yo iría a trabajar, así que estaba contento. No trabajaba salvando princesas de dragones en castillos encantados, ni desentrañando misterios antiguos en tumbas olvidadas, sino que era un simple profesor rural, que insistía en tratar a los chicos como personas, y trataba de enseñar razonando con ellos, procurando evitar caer en el aburrimiento y en los errores absurdos.

Me rasqué la cabeza, una, dos veces. La miré, y fui conciente de que era feliz. No pude evitarlo, le acaricié la cabeza y los brazos, tratando de no despertarla. Me puse los viejos pantalones negros, ya un poco rotosos y sucios, pantalones que no eran de una marca demasiado conocida, ni italianos, ni siquiera buenos, pero que me gustaban y me resultaban cómodos. Fui a poner la pava, llenándola hasta el tope de agua fría, y la puse en la hornalla con el fuego al mínimo. Escribí una notita en un papelito de visitador médico: “Pequeña, por si te despertás antes de que vuelva: me fui a la panadería a buscar unas facturas para que desayunemos. Te quiero”.

Agarré mi billetera y mis colgantes, bajé, en patas y en cuero, por el ascensor. Hice una cuadrita y llegué a la panadería. Me preocupé un minuto: no sabía si me dejarían entrar así. Ya fue, me dije, y entré igual. Si me decían algo, no volvía a entrar y punto. Me miraron un poco raro, pero no dijeron nada. Mi plata valía lo mismo que la de cualquier otro. Compré media docena de facturas, y elegí varias hojaldradas para mí. Dos medialunas con dulce de leche, además. Me tenté y compré dos más, y cuando me fui, sonriendo, me comí una. Cuando volví al edificio, empecé a silbar Antonia, de Pat Metheny. Saludé con la mano al encargado y subí de nuevo por el ascensor. Hice un piso y lo detuve: mejor era subir por las escaleras, para hacer un poco de ejercicio. La temperatura era agradable, pero con el ejercicio sudé un poco. No me importó demasiado, después me bañaría.

Cuando llegué pispié para ver si ella seguía dormida. Más o menos, entreabrió los ojos cuando entré, y me sonrió entre las sábanas.

-Pensé que te habías ido.

-Solamente a hacer un mandadito.

-¿Facturas?

-Facturas.

-¿De papel o de harina?

-De harina.

-Qué bueno.

La pava chifló.

-¿Leche o agua?

-Un té estaría bien. Pero después compartimos una taza de café con leche.

-Dale.

-Te quiero.

-Me too, my lady.

Se sentó y se desperezó. Era muy linda. No era una belleza exuberante de los mares del sur, ni una modelo hot, ni un personaje etéreo de literatura, una dama de rubios cabellos y rostro perfecto, sino una chica normal, bonita, que usaba anteojos, y tenía el pelo negro y largo. Era más bien alta, de un metro setenta y dos, y más bien delgada, aunque cuando se sentaba se le hacía un mini rollo. Tenía las tetas medio chicas (a mí me gustaban igual, pero a ella la acomplejaban), y un culito redondito, que me gustaba tocar. Se puso una bombacha, y agarró una camisa mía del armario, aunque se la dejó entreabierta. Bostezó.

-Quedate en la cama. Hago los té y vuelvo.

Ella miró por la ventana, y se recostó contra la almohada, aunque no estaba del todo horizontal. Agarré unas tostadas que habíamos hecho el día anterior con pan casero, y les puse mermelada y queso crema. Preparé para ella un té de durazno y para mí un lapsang souchong. Abrí la heladera y saqué la leche, poniéndola en una taza grande y de ahí al microondas. Un minuto y el desayuno estuvo hecho.

Ella se levantó un segundo y fue hasta el equipo de música, y puso el disco Secret Story, de Pat Metheny, aunque desde el tema 14: Back in Time. Volvió a la cama.

Llevé todo en una bandeja de madera que me había regalado mi hermano. Tuve que hacer un poco de equilibrio, esquivando los trozos de disfraces que habían desparramados por todo el departamento. La noche anterior habíamos ido a una fiesta que había organizado una amiga, y aunque no ganamos el concurso al mejor disfraz, salimos segundos. Yo fui de Morfeo, alias Sandman, ella de Lita Hall, la Furia. Hasta hicimos una representación de “Las benévolas”, e hicimos reír a todos. Cuando llegué a la cama, la besé, y le toqué una teta. Desayunamos juntos, charlando pavadas de la fiesta de la noche anterior. A veces ella podía ser muy arpía, incluso ganándome a mí. Nos iluminó el rayo de la mañana, y yo no podía dejar de verla extasiado.

-Sé que no tiene nada que ver, pero, qué hermosa que sos. Cómo te daría.

-Je. Qué grosero que sos, bonito. Sabés que podemos hacerlo cuando quieras.

-¿Ahora?

-¡Estamos desayunando! Al menos corramos la bandeja.

-Bueno, desayunemos primero.

-¡No! Corramos la bandeja.

Ella no era una hetaira griega, ni una geisha japonesa, ni una bárbara de cuentos, no era una mujer esclava del hombre, que buscaba complacer “sacrificándose” ella, sino que era una chica con personalidad, con sus propios gustos y placeres. El sexo con ella era divertido, y tierno. Había mucho de besarse, mucha caricia y mucho abrazo. Yo soy bastante silencioso, me gusta besarle la espalda y el cuello, pero ella es un poco más ruidosa. Complementamos bien.

Después de un rato, comenzamos a cocinar juntos. Cortamos cebollas, zapallitos, morrones, y muchos etcéteras. No éramos vegetarianos, pero comíamos poca carne. Era cara e incómoda para cocinarse. Hay algo tremendamente erótico en cocinar y en comer. Completamos el almuerzo con una cerveza, y como postre, fruta. No era un banquete lleno de faisanes, ni había jabalíes cazados, ni era un almuerzo preparado por un cheff, pero soy bastante buen cocinero, y comíamos rico igual.

Después de comer, hablamos un rato. Ella me contaba sus sueños, sonriendo, yo la escuchaba, y trataba de ayudarla de alguna forma. Me había involucrado en su vida, y me sentía bien haciéndola más fácil. Esperaba lo mejor de ella, e intentaba darle confianza y apoyo. Ella era actriz, y nos habíamos conocido en el teatro, de casualidad. Yo había hecho algo de teatro con unos amigos, nada serio, pero empecé a frecuentar su grupo por invitación de ella misma, y me terminé enganchando. Siempre me había resultado fácil engancharme con cosas así. Una vez volvíamos del ensayo (yo era un personaje muy secundario, pero intentaba crear una obra de teatro para representar con el grupo), y la invité a ver una peli a casa. Esa vuelta terminamos envueltos en las sábanas. Habían pasado ya casi cuatro meses de eso.

Después de comer bailamos un ratito. Yo me había sacado el trauma hacía un año, más o menos, y no era ningún Julio Boca ni Maximiliano Guerra, pero me defendía bastante bien, y seguía mejorando día a día, y la verdad es que disfrutaba mucho bailar con ella. Ella era más o menos como yo para bailar, aunque resultaba más ágil. Pusimos un disco de la Secta y saltamos como locos por toda la casa.

Esa tarde yo tenía planes, me iba a jugar al básquet con unos amigos. No éramos ni Shaquille O’Neil, ni Manu Ginóbili, ni siquiera ninguno era realmente bueno, pero nos divertíamos de lo lindo. Después del partido tomábamos cerveza. Por lo general, ella venía a hacernos compañía, le caían bien los chicos. Pero esa tarde no vino, aunque la esperé. Me llegó un mensaje suyo, en el que me decía que teníamos que hablar.

Fui a casa. Ella estaba vestida, y había ordenado todo. Había hecho un bolsito con sus cosas. Me asusté.

-Sé que es un poco repentino, pero no quiero que sigamos. La paso bien con vos, me siento cómoda, y tuvimos momentos muy agradables, pero no creo que seas mi gran amor. Creo que no estoy para una relación así de seria.

-Pero las cosas están muy bien, ¿por qué dejarlas? ¿hice algo malo?

-No es un problema tuyo, es mío; sos un buen tipo, lindo, dulce, directo, y me respetás, pero es que no creo que seas “especial”. No sos uno de esos genios, ni sos un hombre ideal. Ni siquiera pudimos ganar el concurso de disfraces. Creo que me estoy atando a vos, y que eso me tira para atrás. Yo quiero un hombre ideal.

-Sabés que no existen. Pero es tu decisión, y aunque no me guste, la voy a tener que aceptar, si no queda más remedio.

-No sé si no existen. No importa. Necesito otra cosa, y vos no sos eso que necesito. Espero que te cuides, ¿sabés? Si tuvieras más ambición, serías perfecto. Bueno, casi.

Ella se fue ese día, y yo dejé ese grupo de teatro. Me fui a otro. Creo que ella después estuvo siguiendo a un par de tipos que la histeriquearon y no la quisieron, y sé que estuvo con uno que directamente la golpeó, aunque ella después de eso lo dejó. No le va exactamente mal, por suerte. Calculo que seguirá haciendo teatro, pero no sé cómo le irá en eso. Me gustaría que fuera feliz, pero no sé si lo será, y sinceramente no lo creo.

Yo sigo con mi vida, aunque esté solo. Me costó bastante superarlo, sobre todo los domingos, o cuando veía alguna película sin compañía, pero finalmente lo logré, estoy en paz conmigo mismo, sigo trabajando, escribiendo, y viendo a mis amigos, y agradezco el tiempo que pude estar con ella.

Me gusta cocinar, me gusta bañarme, me gusta jugar al básquet, me gusta bailar, y me gusta actuar. En todo lo que hago, aunque no resalte, cada vez voy mejorando más. Voy a los colegios rurales en mi moto rotosa, y me agrada sentir el viento, y el sol. En breve voy a presentar mi obrita de teatro en un teatro de Ensenada, y estoy de lo más contento. No será el Colón, ni seré un profesor emérito en la facultad, pero hago lo que me gusta, e intento vivir de eso.

Esteban Ruquet