miércoles, 27 de abril de 2011

Juan Roberto Carlos Kruckzinski, poeta

La vida de un astro tan conocido como Kruckzinski es casi tan difícil de comentar como el deletrear correctamente su apellido. Su poesía linda con lo esotérico, con la experiencia fundamental de la vida humana, rayana en un existencialismo con características de postmodernidad, magnánimo y múltiple.

Nacido en la ciudad de Francia, en el Partido de Europa, provincia de Buenos Aires, en el año 1962. Desde niño se destacó por su talante soñador y sus capacidades innatas para manejar el lenguaje poético: a los cinco años, nadie entendía absolutamente nada de lo que decía, puesto que la oscuridad que se gestaba en su alma tendía a explayarse por medio de un lenguaje florido y confuso, a veces un tanto esquizofrénico, pero admirablemente metafórico.

Nació en el seno de una familia de clase media alta, siendo su padre, Raimundo Contreras Kruckzinski, un abogado penal de conocidísima trayectoria fiscal, quien contaba entre sus mejores casos de currículum, saltan a la vista la defensa de Jean Claude Picanet, comisario durante el período de Lanusse falazmente acusado de enriquecimiento ilícito, y el Juicio a Roberto Quispe, ladrón de pollos en la Granja La Piedad, quien fuese condenado a veinte años de prisión por el caso anterior, y su madre fue la química Apolonia Weissengert, quien había estudiado en la Universidad de Buenos Aires años antes, bajo la tutela del prestigioso profesor alemán Friedrich Bergius, y luego completaría un doctorado con el docto
Oswald Menghin en la Universidad Nacional de La Plata, esta vez en Antropología. Sería en esta ciudad donde se conocerían los padres del genial poeta, quienes luego se mudarían a la Ciudad de Francia, por creer que necesitaban una mayor porción de espacio vital para criar a sus niños

Su infancia transcurrió entre el barro de su ciudad natal, siendo él el menor de cinco hermanos. Pero la tragedia lo alcanzó pronto. Un "ajuste de cuentas" contra su padre hizo que el pequeño Juan Roberto viera cómo asesinaban a su hermano mayor, Wilhelm. El perpetrador fue identificado por el niño como "un indio alto, que desde lejos parecía un árbol". Las pericias no se hicieron esperar, y se identificó a Ignacio Quispe, un adolescente local, como el perpetrador...

Poca creatividad, poca capacidad. Intentando reflotar un barco hundido, me siento de noche a refritar antiguas prosas, sabiendo que en realidad es poco lo que se puede hacer. El pasado es el pasado, y forzar la imaginación tratando de abarcar una ironía pseudo-nazi y pseudo-intelectual es un gesto entusiasta pero vacío de contenido. No son más que ciertos prejuicios, y cierta nostalgia por hacer lo que hacía, por no perder aquello que tenía.

¿Cuál es el precio de la felicidad? ¿Alguna vez es completa? Antes, pensamientos alambicados, adornados por la rúbrica insensata de una prosa florida, misma prosa que intentaba endilgarle a un pobre diablo aristocrático. Todo lo que intentaba decir por esta parábola ya está dicho una y mil veces: la pedantería del artista "oscuro" e "intelectual", la sordidez de una clase alta alejada de la realidad por una fantasía extremadamente peligrosa a nivel práctico, el desencanto de las emociones.

Es difícil escribir desde el amor satisfecho. Es difícil, sobre todo, cuando uno se da cuenta de que todo ya está dicho, de que la novedad no existe. En la literatura buscamos iguales: frustraciones, intentos, mundos paralelos y alternos donde vivir es más fácil, más entretenido, o más deseable.

El amor satisfecho, el hogar, el desahogo financiero no son buenos para el arte. El arte busca la miseria, la derrota, la autoconmiseración. Mírenlo a Onetti, sino. O a cualquier escritor tragicómico. Sólo aquellos que manejan tan bien la felicidad como para poder escribir con ella tienen el poder de seguir.

Han pasado más de seis meses desde el último post. Estoy tentado de cerrar el blog para siempre, y clausurar los entredichos que lo albergaron. Pero, nuevamente, la nostalgia pega fuerte, y uno extraña a todo aquello que lo hizo ser quien es, y extraña los viejos sueños perdidos, por más que haya encontrado varios nuevos.