martes, 6 de noviembre de 2012

Mafalda crecida

Estuve releyendo a Mafalda, y se me ocurrió que, a esta altura, tendría 52 años, Guille 45 o 46, Miguelito 51 y Felipe 53. Más allá de lo obvio, se me ocurrió pensar cómo serían los personajes de adultos. Que cada uno dé su lista de cómo estarían y a qué se dedicarían hoy cada uno.

La mía:
Mafalda: Profesora universitaria de Historia política del siglo XX, divorciada, sin hijos.
Felipe: Empleado comercial, abandonó sus estudios tempranamente al conseguir trabajo. Nunca se casó, pero convive con una mujer hace diez años, y tiene un hijo de una mujer anterior.
Manolito: Empresario exitoso multisectorial, con inversiones en hipermercados, inmuebles y bolsa de comercio; casado, con hijos a los que no comprende.
Susanita: A su pesar, empleada en una tienda de ropa; divorciada con hijos que, en lugar de estudiar o trabajar, son mameros y viven de ella.
Miguelito: Psicólogo, con intereses en la filosofía y la literatura. Soltero, gay e intelectual de centroizquierda. Curado de su afición por Mussolini, da clases en la Universidad de Buenos Aires.
Libertad: Militante secundaria y universitaria de izquierda. Desaparecida en el año 78 junto con varios de sus amigos.
Guille: Artista plástico de poco renombre, vive feliz y da clases de dibujo y pintura en La Plata. Ocasionalmente, da alguna muestra. No se casó, pero convive con una chica hace años, y tuvo un hijo.
Si se les ocurren alternativas, avisen 

jueves, 1 de noviembre de 2012

Avance final de la novela: Preludio



Preludio

El fuego crepita lenta y pausadamente en el centro de nuestro Salón Común. La luna brilla consistentemente, bañando el claro con soberbia intensidad, y los millones de estrellas se ven nítidas y titilantes sobre el cielo oscuro. Hace frío, y es la primera noche clara en al menos una semana de tormenta, que ha comprometido seriamente nuestra subsistencia.
La empalizada está a medio construir. Tenemos los cimientos, y buena parte de la estructura presentada, pero sólo eso: presentada. Una buena defensa requiere algo más. Primero, materiales; en segundo lugar, pilares firmes desde donde extender las murallas; luego, construcción de las paredes; más adelante, ir colocando las torretas en los lugares estratégicos, estableciendo los puntos fuertes, y protegiendo los puntos débiles; y luego, los adornos y refuerzos. Finalmente, mantenimiento, e infinitas pruebas y revisiones. Si queremos resistir, deberemos completar la estructura. Podremos sobrevivir sin los adornos, pero no sin paredes firmes. Y los adornos nos harán la vida más fácil. Debemos perdurar aquí, y la claustrofobia nos puede atrapar, si no mantenemos el espíritu en alto.
Más tarde o más temprano vendrán los ataques. Algunos, caóticos, desordenados y descerebrados. Luego, los rabiosos, salvajes e impredecibles. Finalmente, los inteligentes, bien planificados y más peligrosos, pues buscarán diligentemente nuestros puntos débiles, los explotarán y tratarán de hacer caer la estructura.
Pero primero que nada, debemos asegurar nuestra subsistencia. Mantener en alto la moral, la disciplina y los objetivos de nuestra construcción. Una mala base, y no sobreviviremos el invierno, nos agotaremos, nos dispersaremos, y esto quedará en una eterna promesa incumplida, tal vez por última vez antes de morir, antes de que el tiempo nos arrastre por mera inercia. Para sobrevivir debemos establecernos correctamente. El lugar es muy importante; debe tener el adecuado balance entre recursos disponibles y explotación. Irnos a un lugar enteramente salvaje e inexplorado seguramente nos causaría la muerte. Debemos asegurarnos bien los suministros, las estructuras, y mantener el avance, debemos conocer tanto las posibilidades del lugar como los límites de nuestras propias habilidades y capacidades, para saber explotarlos sabiamente y no perdernos en la selva. Debemos organizarnos para no desperdiciar el esfuerzo, pues el agotamiento mismo nos llevaría al colapso total.
Una vez que aseguremos nuestra subsistencia ante el ambiente, deberemos defender nuestro lugar de amenazas externas.
Los primeros ataques se pueden resistir con cierta facilidad, y si nuestras paredes son lo suficientemente sólidas y usamos bien la cabeza, no debería haber ninguna baja, ni ningún contratiempo perceptible. Si hacemos las cosas bien, estos primeros ataques podrían no llegar nunca, pero aún de llegar, hasta podrían ser beneficiosos, pues nos levantarían la moral, nos divertirían.
Los segundos asaltos requerirán más pericia, reflejos rápidos y serenidad. Inteligencia e información, recuperación del terreno, y establecimiento de puntos fuertes bien definidos hacia donde desviarlos. Podemos vencerlos por agotamiento si mantenemos la calma y sabemos cuidar nuestras flechas, aprovechándolas al máximo. Si nos desesperamos, y no hacemos las cosas bien, perderemos todo, y no podremos sobrevivir el invierno. La estructura caerá y arderá, y nuestro brillante mundo desaparecerá para siempre. Si dejamos puntos débiles demasiado obvios, tendríamos demasiadas bajas aunque pudiéramos ganar la batalla. Un segundo o un tercer ataque de esta naturaleza nos debilitaría considerablemente, si no sabemos y no podemos rechazarlos por completo.
El tercer asalto es el más difícil de resistir, pero nos deja en una situación ambigua. Tal vez podamos persuadir a los atacantes de dejarnos en paz, o huir, y empezar de nuevo, con la experiencia acumulada por el fracaso, si sobrevivimos al invierno. El problema del tercer ataque es que probablemente desafiará nuestras mejores perspectivas, y eventualmente, podría hacer que nos arrepintiéramos de haber construido defensas en primer lugar, porque terminarían obrando en contra nuestra. Los atacantes inteligentes podrían explotar nuestras debilidades menos obvias, entrar por los costados, desarmarnos, y luego usar nuestras propias armas para perseguirnos. La sutileza, la prudencia, la agudeza mental, la disciplina y la previsión deberán obrar en nuestro favor. Pero también nuestra capacidad de improvisar, y la posibilidad de hacer una retirada aparente para volver a reclamar lo que construimos nosotros mismos. Podemos anticipar muchas cosas, pero no todo, y debemos estar preparados para todas las eventualidades. Conocer el terreno mejor que nadie, usarlo en nuestro beneficio, atacar nosotros primeros cuando percibamos la amenaza, ocultarnos, y utilizar la sorpresa. Poder sobreponernos a las bajas y al daño, y tener el tiempo a nuestro favor, no en nuestra contra.
Si logramos todo esto, luego la comunidad funcionará autónomamente. Podremos ampliarnos, y tal vez salir a explorar otros terrenos, mejores o tal vez sólo diferentes, pero podremos cubrir más territorio, y crecer. Podremos comerciar con otras comunidades fuertes, e incluso ejercer el liderazgo, si es posible y necesario. Podremos compartir el secreto de nuestro éxito, y no temer futuros ataques, aunque éstos se produzcan. Podremos trascender el tiempo, o al menos nuestra existencia inmediata, y forjarnos un futuro hoy, cuando toda esperanza parece perdida.
La labor no es fácil, pero no tenemos otra opción. Nadie vendrá a rescatarnos, no podemos confiar en que las autoridades nos salven, nos mimen y nos cuiden. En el mejor de los casos, el poder nos ignora. En el peor, nos odia, y en intermedio, nos teme. Eventualmente, ya no le tendremos miedo, pero para eso tenemos que trabajar, disciplinarnos, y armarnos. Mañana, el poder será nuestro peor enemigo. Hoy, la desesperanza y la pereza. Ayer, el hambre, que puede volver a ser nuestro enemigo. Esto no es un trabaj
La noche está llena de sonidos: insectos, pájaros nocturnos, viento, y los quejidos usuales de las noches de hoy en día. Hoy estamos en el bosque antiguo y poderoso. Detrás, a lo lejos, pero demasiado cerca en nuestro pensamiento, el desierto interminable. Mucho más atrás, la seguridad de la ciudad, que tuvimos que abandonar porque ya no podía sostenernos. Delante nuestro están las montañas bajas y suaves, cubiertas de hielo y nieve. Nuestro lugar, y nuestro futuro, están aquí. Sobreviviremos.