Entonces: En Madryn al final encontramos un hostel barato y copado, llamado Kamaruko. Estaba atendido por su dueño y por un barman checo que llegó a Argentina tras salvarle la vida a uno de nosotros en París. Ahí conocimos a un montón de gente, entre ellos a un israelí de padres argentinos llamado Yaniv y a una rosarina llamada Alejandra, a una porteña y una barilochense muy copadas llamadas Yamila y Berna, a las cuales me podría haber arrumacado, de no ser porque los garcas de la empresa de autos con la que habíamos arreglado para alquilar uno e ir a Península de Valdés nunca aparecieron. Conocimos a un italiano y una chilena llamados Stéfano y Paula, que nos llevaron hasta El Bolsón a Rodrigo y a mí. Ahí nos separamos de Augusto, y comenzamos a viajar con ellos, un poco apretados con las mochilas y la carpa.
Fuimos primero a Punta Tombo, una pingüinera enorme, con bichos un poco agresivos sobre la costa atlántica. Pasamos un ratito por Gaiman a tomarnos un café para darnos fuerza y seguir el viaje. Estuvimos toda la noche arriba del auto, apenas durmiendo de a tramos y relevándose ellos para manejar.
Llegamos a El Bolsón. El primer día nos quedamos en un hostel un poco extraño, con gente que no estaba muy enterada de cómo eran los ídem. Dormimos casi todo el día, porque estábamos cansados de viajar, y después de una siesta de seis horas, con Rodrigo fuimos a recorrer el pueblo: no es tan hippie como pensaba, y todo cuesta bastante caro. Salimos a la noche, a un bar que a Fede le hubiera gustado, pues todo tenía relación con superhéroes (principalmente los tragos y el menú).
Al otro día, siempre con Stéfano y Paula, fuimos a la feria de los artesanos, y terminamos subiendo al cero Piltriquitrón, yendo al Bosque Tallado. Al otro día salimos del pueblo hasta Wharton, una localidad pequeñísima del Bolsón que posee un acceso a las montañas de la cordillera. Por ahí fuimos al Cajón del Azul, que es como un puente natural muy alto por encima del Río Azul. Llegamos agotados al refugio, y con más hambre que el chavo del ocho, tanto que nos quedamos sentados en un asiento tabla con una piel de cordero por dos horas y media, y yo me comí un kilo de asado con ensaladas varias, pan casero, chutney y chimichurri más abundante de lo que servían habitualmente, virtud a que el tipo me vio cara de muerto de hambre. También nos regalaron un paquete de arroz y sal, que comimos a la noche. Acampamos ahí, y conocimos a unas chicas de capital. La más interesante de ellas se llamaba Violeta.
Al otro día fuimos al cerro Hielo Azul, por el camino de subida (estábamos piruchos), pero antes
nos regalaron medio pan casero. También llegamos agotados al refugio del Hielo Azul, que no estaba tan bien, y mal comidos. Volvieron a regalarnos arroz y pan (aunque esta vez fueron nuestros compas de viaje), y dormimos ahí.
Al otro día habíamos planeado subir al glaciar Hielo Azul, el último de la patagonia yendo de sur a norte, pero estábamos agotados, por lo que Rodrigo y yo decidimos no hacerlo, ya que debíamos regresar. No fue en vano. Conocimos a un hippie con un mambo budista tibetano muy copado, que tenía unos instrumentos muy interesantes, cuya descripción más acertada sería una especie de olla de siete metales diferentes que al pasarle un trozo de madera alrededor sonaba muy extraño, y unas tingchas, que son esas campanitas planas con dibujos de dragón.
Tuvimos una sesión de meditación y masaje shiatsu, y emprendimos la retirada estratégica de la montaña.
Sin embargo, el viaje de vuelta fue más difícil de lo esperado. Ese día no habíamos comido, y el camino era una bajada muy empinada que se bajaba corriendo. Me subió mucho la temperatura y me empezó a bajar la presión. La gente del grupo con el que bajaba era más rápida, pues no estoy en tan buen estado físico como creía y además continuamente se me desabrochaba la bolsa de dormir, y para alcanzarlos tenía que correr más rápido y en tramos que no precisaban hacerlo. Casi no descansé ni tomé agua, así que cuando llegué a la orilla del Azul comencé a cargar la cantimplora, y cundo bebí me desvanecí. Por poco no caigo al río, un dejo de conciencia residual me hizo aferrarme a unas piedras, y salvarme. Un poco después, el camino se hacía más y más difícil, hasta que ví regresar a los otros, diciendo que nos habíamos perdido. Pudimos retomar el camino, pero yo sentía náuseas y la presión muy baja. Cruzamos el río, y pensábamos que ya terminaba el camino, pero al final no fue así. Encontramos a otra gente en el camino, y seguimos unos dos kilómetros más, hasta que ví que el camino no finalizaba y perdí los nervios (lo único que me mantenía estable, pues tenía la presión muy baja) y volví a desvanecerme, aunque ahora con gente alrededor. Rodrigo salió corriendo a rescatarme, y bajó al río por una pendiente a buscar agua para reanimarme.
Después de todo, llamamos un remís y volvimos al Bolsón, aunque llegamos como a las diez de la noche y no había alojamiento. Nos separamos de Paula y Stéfano. Fuimos a buscar refugio a la comisaría (nos echaron), y al hospital, donde todas las camas estaban ocupadas. Mugrientos, nos rescataron unos mapuches en el hospital, y nos llevaron a su chacra para acampar. Yo me sentía muy mal, y no comí nada. La chacra estaba alquilada por unos gitanos, y fue un demente pasado de rosca a prenderles fuego los autos, por lo que el hermano del chico que nos llevó hasta ahí nos dejó acampar en su casa. A la mañana (hoy), nos cebaron mates y nos convidaron pan con manteca y dulce. Pasamos a saludar a la señora y al chico que nos rescataron en el hospital, y nos tomamos un micro hasta la terminal de El Bolsón. Ahí, nos pusimos a hablar con una señora que nos regaló yogur, y emprendimos el viaje a Bariloche. Fuimos a hospedarnos a la pensión de Ofelia, pero como yo estaba muy sucio, la vieja se asustó y me dijo que estaba completo. Nuevamente, Rodrigo al rescate, convenció a Ofelia que nos alojara, y aquí estoy, después de una ducha, de comerme un tostado y tomarme un café con leche, actualizando el blog. Tenemos pasajes para el viernes, así que el sábado a la mañana estaremos allí.
Por ahora no hay fotos. Si las quieren ver, tendrán que entrar en un par de días, cuando estemos en La Plata.
Fuimos primero a Punta Tombo, una pingüinera enorme, con bichos un poco agresivos sobre la costa atlántica. Pasamos un ratito por Gaiman a tomarnos un café para darnos fuerza y seguir el viaje. Estuvimos toda la noche arriba del auto, apenas durmiendo de a tramos y relevándose ellos para manejar.
Llegamos a El Bolsón. El primer día nos quedamos en un hostel un poco extraño, con gente que no estaba muy enterada de cómo eran los ídem. Dormimos casi todo el día, porque estábamos cansados de viajar, y después de una siesta de seis horas, con Rodrigo fuimos a recorrer el pueblo: no es tan hippie como pensaba, y todo cuesta bastante caro. Salimos a la noche, a un bar que a Fede le hubiera gustado, pues todo tenía relación con superhéroes (principalmente los tragos y el menú).
Al otro día, siempre con Stéfano y Paula, fuimos a la feria de los artesanos, y terminamos subiendo al cero Piltriquitrón, yendo al Bosque Tallado. Al otro día salimos del pueblo hasta Wharton, una localidad pequeñísima del Bolsón que posee un acceso a las montañas de la cordillera. Por ahí fuimos al Cajón del Azul, que es como un puente natural muy alto por encima del Río Azul. Llegamos agotados al refugio, y con más hambre que el chavo del ocho, tanto que nos quedamos sentados en un asiento tabla con una piel de cordero por dos horas y media, y yo me comí un kilo de asado con ensaladas varias, pan casero, chutney y chimichurri más abundante de lo que servían habitualmente, virtud a que el tipo me vio cara de muerto de hambre. También nos regalaron un paquete de arroz y sal, que comimos a la noche. Acampamos ahí, y conocimos a unas chicas de capital. La más interesante de ellas se llamaba Violeta.
Al otro día fuimos al cerro Hielo Azul, por el camino de subida (estábamos piruchos), pero antes
nos regalaron medio pan casero. También llegamos agotados al refugio del Hielo Azul, que no estaba tan bien, y mal comidos. Volvieron a regalarnos arroz y pan (aunque esta vez fueron nuestros compas de viaje), y dormimos ahí.
Al otro día habíamos planeado subir al glaciar Hielo Azul, el último de la patagonia yendo de sur a norte, pero estábamos agotados, por lo que Rodrigo y yo decidimos no hacerlo, ya que debíamos regresar. No fue en vano. Conocimos a un hippie con un mambo budista tibetano muy copado, que tenía unos instrumentos muy interesantes, cuya descripción más acertada sería una especie de olla de siete metales diferentes que al pasarle un trozo de madera alrededor sonaba muy extraño, y unas tingchas, que son esas campanitas planas con dibujos de dragón.
Tuvimos una sesión de meditación y masaje shiatsu, y emprendimos la retirada estratégica de la montaña.
Sin embargo, el viaje de vuelta fue más difícil de lo esperado. Ese día no habíamos comido, y el camino era una bajada muy empinada que se bajaba corriendo. Me subió mucho la temperatura y me empezó a bajar la presión. La gente del grupo con el que bajaba era más rápida, pues no estoy en tan buen estado físico como creía y además continuamente se me desabrochaba la bolsa de dormir, y para alcanzarlos tenía que correr más rápido y en tramos que no precisaban hacerlo. Casi no descansé ni tomé agua, así que cuando llegué a la orilla del Azul comencé a cargar la cantimplora, y cundo bebí me desvanecí. Por poco no caigo al río, un dejo de conciencia residual me hizo aferrarme a unas piedras, y salvarme. Un poco después, el camino se hacía más y más difícil, hasta que ví regresar a los otros, diciendo que nos habíamos perdido. Pudimos retomar el camino, pero yo sentía náuseas y la presión muy baja. Cruzamos el río, y pensábamos que ya terminaba el camino, pero al final no fue así. Encontramos a otra gente en el camino, y seguimos unos dos kilómetros más, hasta que ví que el camino no finalizaba y perdí los nervios (lo único que me mantenía estable, pues tenía la presión muy baja) y volví a desvanecerme, aunque ahora con gente alrededor. Rodrigo salió corriendo a rescatarme, y bajó al río por una pendiente a buscar agua para reanimarme.
Después de todo, llamamos un remís y volvimos al Bolsón, aunque llegamos como a las diez de la noche y no había alojamiento. Nos separamos de Paula y Stéfano. Fuimos a buscar refugio a la comisaría (nos echaron), y al hospital, donde todas las camas estaban ocupadas. Mugrientos, nos rescataron unos mapuches en el hospital, y nos llevaron a su chacra para acampar. Yo me sentía muy mal, y no comí nada. La chacra estaba alquilada por unos gitanos, y fue un demente pasado de rosca a prenderles fuego los autos, por lo que el hermano del chico que nos llevó hasta ahí nos dejó acampar en su casa. A la mañana (hoy), nos cebaron mates y nos convidaron pan con manteca y dulce. Pasamos a saludar a la señora y al chico que nos rescataron en el hospital, y nos tomamos un micro hasta la terminal de El Bolsón. Ahí, nos pusimos a hablar con una señora que nos regaló yogur, y emprendimos el viaje a Bariloche. Fuimos a hospedarnos a la pensión de Ofelia, pero como yo estaba muy sucio, la vieja se asustó y me dijo que estaba completo. Nuevamente, Rodrigo al rescate, convenció a Ofelia que nos alojara, y aquí estoy, después de una ducha, de comerme un tostado y tomarme un café con leche, actualizando el blog. Tenemos pasajes para el viernes, así que el sábado a la mañana estaremos allí.
Por ahora no hay fotos. Si las quieren ver, tendrán que entrar en un par de días, cuando estemos en La Plata.
2 comentarios:
Exóticamente envidiable lo tuyo. Mientras algunos nos vemos obligados a conformarnos con pasar todo enero recorriendo el mismo ida y vuelta una y otra vez, en la seguridad del precario transporte público y semi-público, para terminar ocho horas sentados en una silla corrigiendo historietas sobre gente que vive aventuras en tierras lejanas, luchas internas entre la cordura y la locura, personas cuyas manos cobran vida propia y les hacen la ídem más agradables, y alguna que otra porquería más;(haa, haa, haa... perá que tomo aire) vos preferís vivir una aventura en carne y hueso, con menos personajes pintorescos y giros inesperados, pero sindudamente interesantes. Tengo mucho sueño y me temo que toda opinión va a pecar de tonta y mal redactada, así que cambiaré la compu por cama, y procuraré reincidir cuando tenga algo más interesante para decir.
Un abrazo, después hablamos mejor.
PD: No, no estoy viviendo en lo de Miki, pero salvo los findes, dispongo de poquísimo tiempo libre, el indispensable para comer, dormir, y otros lujos similares. Después te paso mi cronograma.
PD: Me tenés que pasar la dire del boliche ese.
PD3: la anterior debió ser "PD2".
PD4: Hoy se murió Peor de Todos. Una lástima, desearía poder llorarlo en vez de lamentarlo con total sequedad.
PD5:¡Olelé, olalá, Otsu se la come, Perón se la da!
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