Brian Ramón Incháustegui, más conocido como “Chopp” Incháustegui y creador del innovador e inconcluso estilo musical llamado cumbia sinfónica, nació en Fuerte Apache, provincia de Buenos Aires, Argentina, el primero de marzo de 1980, en el marco de una familia humilde signada por el amor al faso, a la joda, y a la bailanta; amor que alimentaría las ambiciones del joven músico.
El padre era un reconocido bailantero y pésimo músico, que no obstante amasó una pequeña fortuna que dilapidó rápidamente en sus amores principales. El niño, cuarto de ocho hermanos, desde allí quedó apegado a ese movimiento bailanteril y marginal. A los nueve años entró al colegio primario, y allí recibió sus primeras clases de música, basadas en el concertismo clásico y las sinfonías bachianas. Contra todo pronóstico, desarrolló una pasión voraz por este tipo de música, pasión que hubo de disimular en su hogar para que no lo reputaran de puto o de cheto.
En el colegio, debido a su talento innato y su facilidad para aprender a tocar cualquier instrumento, le concedieron una beca con el profesor particular de piano Alberto Cazinski en Capital Federal. El chico escapaba de los trenes a donde lo llevaba su padre a repartir tarjetas y calendarios, y se iba hasta el pequeño despacho del músico. A los once años ya era un interpretante virtuoso, aunque carecía de medios para componer y practicar. Su maestro particular lo deriva hacia el Conservatorio de música de Buenos Aires, donde también daba clases. En el décimo tercer cumpleaños del pequeño Brian Ramón, el padre, completamente beodo y al son de una cumbia, sale con una botella a apuñalar a un vecino que le desagradaba, con la mala suerte de que el hombre estaba armado con una pistola, y pierde la vida, dejando a los ocho chicos huérfanos (la madre estaba en prisión desde hacía ocho años).
El pequeño Brian Ramón es tomado por un hogar para niños desamparados, donde puede ejercer su arte con toda libertad, aunque en su corazón, el violento y marginal mundo villero sigue corriendo por sus venas. Cuando a los dieciocho años sale del instituto, se dirige a una villa para vivir, negándose obstinadamente a trabajar de panadero o cualquier cosa similar. Los cantantes de cumbia villera descollaban por entonces, y se llenaban de dinero en muy poco tiempo. Brian (ya apodado Chopp por los niños del conservatorio, por su afición a la cerveza) decide hacerse cantante de cumbia. Allí descubre que el éxito se debe en partea la marginalidad de sus temas tratados y a unos ritmos pegadizos fácilmente bailables. Es entonces cuando conoce al gran guitarrista Nelson Gómez, también cantante de cumbia villera, y compositor de obras tales como “Las palmas de todos lo’ negros arriba y arriba”, “Nena se te ve una teta” y “Te comés la fiestita: tu anillo de cuero (somos veinte)” y le propone hacer un grupo. Sólo faltaba para la formación de la emblemática banda el virtuoso del wiro: Jonathan Ramírez. Hacen una pequeña gira, ganando un éxito inmediato en el circuito bailantero, como el dúo “Lo’ negro’ k’b’sa”. Tocan cuatro recitales en un fin de semana: en Escándalo Bailable y Luna Morena de la ciudad de La Plata, y en el Sak’moco Bailable de Morón. En La Plata conocen a Jonathan Ramírez quien se les uniría después de que tomaran un par de tragos con él.
Sin embargo, el piano romántico seguía siendo la afición principal de Chopp Incháustegui, que cada vez extrañaba más la música clásica. El éxito inmediato, y una cierta capacidad mental para reservar dinero de sus recitales para comprar otra cosa que no fuera alcohol, faso y travesaños. En una gira impresionante recorriendo el Conurbano en una noche sin consumir ni una gota de alcohol, Chopp recauda suficiente dinero como para comprarse un piano Young Chang en Mercado Libre y un pequeño departamento en el barrio porteño de Caseros. Allí se dedica a experimentar con la mezcla de los dos sonidos, inspirado por el rock sinfónico que había llegado a oír una vez. Compra equipos musicales de última tecnología, gran cantidad de discos, dos computadoras, un sintetizador y muchos etcéteras más, y se interna un mes en su departamento, dedicado a componer. Para sorpresa del mundo, logra crear una cumbia de espectacular tecnicismo, combinando el ritmo básico de la cumbia más cuadrada en conjunto con compases y melodías de la música clásica. Su banda, que se renombró “K’b’za de sinfonía”, lo apoyó hasta el final: Nelson, amante del Rock, dijo: “es el pasado y el futuro fusionados hoy”; Jonathan Ramírez dijo: “La cumbia sinfónica le da altura a nuestra música”; “Son todos unos putos del orto, pero dan buena guita” dijo su representante.
Chopp compuso temas tales como “La sonata nocturna del trava, opus 2” y “Yo escucho cumbia y a Chopin”, temas que los harían saltar a la fama. Sacaron, sin embargo sólo dos discos. El primero, éxito inmediato de ventas, decepcionó rápidamente a el público masivo por su virtuosismo, y en su segundo disco, “Vamo lo Pibe Clásico” no logró llegar al público ilustrado, que lo consideró cosa de negros.
Chopp Incháustegui vive hoy en una granjita de rehabilitación en La Matanza, por su adicción al vino Crespi tinto con Chardonnays, producto de su fracaso musical.
El padre era un reconocido bailantero y pésimo músico, que no obstante amasó una pequeña fortuna que dilapidó rápidamente en sus amores principales. El niño, cuarto de ocho hermanos, desde allí quedó apegado a ese movimiento bailanteril y marginal. A los nueve años entró al colegio primario, y allí recibió sus primeras clases de música, basadas en el concertismo clásico y las sinfonías bachianas. Contra todo pronóstico, desarrolló una pasión voraz por este tipo de música, pasión que hubo de disimular en su hogar para que no lo reputaran de puto o de cheto.
En el colegio, debido a su talento innato y su facilidad para aprender a tocar cualquier instrumento, le concedieron una beca con el profesor particular de piano Alberto Cazinski en Capital Federal. El chico escapaba de los trenes a donde lo llevaba su padre a repartir tarjetas y calendarios, y se iba hasta el pequeño despacho del músico. A los once años ya era un interpretante virtuoso, aunque carecía de medios para componer y practicar. Su maestro particular lo deriva hacia el Conservatorio de música de Buenos Aires, donde también daba clases. En el décimo tercer cumpleaños del pequeño Brian Ramón, el padre, completamente beodo y al son de una cumbia, sale con una botella a apuñalar a un vecino que le desagradaba, con la mala suerte de que el hombre estaba armado con una pistola, y pierde la vida, dejando a los ocho chicos huérfanos (la madre estaba en prisión desde hacía ocho años).
El pequeño Brian Ramón es tomado por un hogar para niños desamparados, donde puede ejercer su arte con toda libertad, aunque en su corazón, el violento y marginal mundo villero sigue corriendo por sus venas. Cuando a los dieciocho años sale del instituto, se dirige a una villa para vivir, negándose obstinadamente a trabajar de panadero o cualquier cosa similar. Los cantantes de cumbia villera descollaban por entonces, y se llenaban de dinero en muy poco tiempo. Brian (ya apodado Chopp por los niños del conservatorio, por su afición a la cerveza) decide hacerse cantante de cumbia. Allí descubre que el éxito se debe en partea la marginalidad de sus temas tratados y a unos ritmos pegadizos fácilmente bailables. Es entonces cuando conoce al gran guitarrista Nelson Gómez, también cantante de cumbia villera, y compositor de obras tales como “Las palmas de todos lo’ negros arriba y arriba”, “Nena se te ve una teta” y “Te comés la fiestita: tu anillo de cuero (somos veinte)” y le propone hacer un grupo. Sólo faltaba para la formación de la emblemática banda el virtuoso del wiro: Jonathan Ramírez. Hacen una pequeña gira, ganando un éxito inmediato en el circuito bailantero, como el dúo “Lo’ negro’ k’b’sa”. Tocan cuatro recitales en un fin de semana: en Escándalo Bailable y Luna Morena de la ciudad de La Plata, y en el Sak’moco Bailable de Morón. En La Plata conocen a Jonathan Ramírez quien se les uniría después de que tomaran un par de tragos con él.
Sin embargo, el piano romántico seguía siendo la afición principal de Chopp Incháustegui, que cada vez extrañaba más la música clásica. El éxito inmediato, y una cierta capacidad mental para reservar dinero de sus recitales para comprar otra cosa que no fuera alcohol, faso y travesaños. En una gira impresionante recorriendo el Conurbano en una noche sin consumir ni una gota de alcohol, Chopp recauda suficiente dinero como para comprarse un piano Young Chang en Mercado Libre y un pequeño departamento en el barrio porteño de Caseros. Allí se dedica a experimentar con la mezcla de los dos sonidos, inspirado por el rock sinfónico que había llegado a oír una vez. Compra equipos musicales de última tecnología, gran cantidad de discos, dos computadoras, un sintetizador y muchos etcéteras más, y se interna un mes en su departamento, dedicado a componer. Para sorpresa del mundo, logra crear una cumbia de espectacular tecnicismo, combinando el ritmo básico de la cumbia más cuadrada en conjunto con compases y melodías de la música clásica. Su banda, que se renombró “K’b’za de sinfonía”, lo apoyó hasta el final: Nelson, amante del Rock, dijo: “es el pasado y el futuro fusionados hoy”; Jonathan Ramírez dijo: “La cumbia sinfónica le da altura a nuestra música”; “Son todos unos putos del orto, pero dan buena guita” dijo su representante.
Chopp compuso temas tales como “La sonata nocturna del trava, opus 2” y “Yo escucho cumbia y a Chopin”, temas que los harían saltar a la fama. Sacaron, sin embargo sólo dos discos. El primero, éxito inmediato de ventas, decepcionó rápidamente a el público masivo por su virtuosismo, y en su segundo disco, “Vamo lo Pibe Clásico” no logró llegar al público ilustrado, que lo consideró cosa de negros.
Chopp Incháustegui vive hoy en una granjita de rehabilitación en La Matanza, por su adicción al vino Crespi tinto con Chardonnays, producto de su fracaso musical.
5 comentarios:
Apéndice 1: Si bien Chopp fue extremadamente impopular y tanto villeros como críticos calificaron su música como "de mierda" (no sin razón), su movimiento trajo consecuencias. El grupo cumbiero "100 mogras" en su canción "Soplame la quena" añadió un solo de flauta traversa de 27 minutos
Apéndice 2: En cuanto a la vida de sus dos compañeros de grupo, Jonathan Ramírez, el Astro del Wiro, debido a la extrema versatilidad musical, dentro de la cumbia, de su instrumento, no tuvo problemas en participar en otra banda "La frenada" y su canción de mayor éxito fue: se te vé la tanga (está toda cagada). Nelson tuvo algunos problemas más, ya que intentó entrar en el ambiente rockero, pero le cerraron las puertas más de una vez. En la última de ellas se la cerraon tan fuerte que le rompieron la guitarra y la nariz al mismo tiempo, acabando así con su carrera musical. Él mismo se encargó de acabar con su vida tomándose 14 frascos de Raid (que no le hicieron efecto) y metiendo la cabeza en el horno prendido.
Jajaja...
Grandioso!
¿Qué sucedería si realmente fusionaran la cumbia y el clásico? Lo veo casi imposible...
Voy a escuchar al ponja. Gracias por el dato.
Beso
fuck esta buenisimo. tenes que seguir escribiendo bolas, no te cuelgues.
saludos lucio
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