El 1 de septiembre último vio la luz en el mundo anglosajón la más reciente novela de Paul Auster, titulada Man in the Dark, y en el mundo hispánico fue editada gracias a Anagrama apenas un día después. Excusa perfecta para hacer una pequeña revisión de su extensa y compleja obra literaria.
Así que hagamos las presentaciones: Paul Auster es un escritor de origen judío nacido en Nueva Jersey, EEUU, en 1947, y es tal vez uno de los prosistas más importantes de las últimas dos décadas. Bucear un poco en su vida no nos resultaría ocioso, ya que nos permite comprender y apreciar gran parte de su narrativa:
Tropezando de un trabajo temporal a otro, incapaz de conciliar su economía con sus tiempos, vivió toda clase de experiencias hasta lograr la consagración literaria. Poco después del divorcio de sus padres, al terminar la escuela secundaria, decidió viajar por Europa antes de entrar en la Universidad de Columbia, donde simpatizaría con los movimientos estudiantiles más radicales y, tras un breve intervalo de unos meses nuevamente en Francia, se graduaría unos años después. Con un título en las manos, formó parte, como obrero, de la tripulación del Esso Florence, un barco petrolero en el cual permaneció unos cuantos meses.
Con el poco dinero reunido, viajó a Francia nuevamente, donde sobrevivió a duras penas a base de traducciones, ayudas con guiones cinematográficos, y finalmente como casero en una chacrita en la campaña francesa. Tras tres años, en 1974 volvió a Nueva York, donde seguiría en su trabajo como traductor y tendría lugar su primer matrimonio. En 1977 se convierte en padre de Daniel Auster, hecho que marcaría profundamente su futura obra. Pero, según sus propias palabras: “Cuando llegué a la treintena, pasé por unos años en los cuales todo lo que tocaba se convertía en fracaso. Mi matrimonio terminó en divorcio, mi trabajo como escritor se hundía y estaba abrumado por problemas de dinero”.
Su matrimonio se quebró en noviembre de 1978, y poco después moriría su padre, que le dejaría una herencia con la cual salir a flote económicamente y el tiempo necesario para escribir La invención de la soledad, en cuya prosa intenta desentrañar el enigma de la paternidad y el del azar, temas recurrentes en su obra. Poco después, el éxito lo alcanzaría con la publicación de la Trilogía de Nueva York, un nuevo matrimonio, y en 1987, una hija, Sophie.
En la actualidad, Paul Auster es autor de las siguientes novelas y otras obras en prosa: Jugada de presión (1976), La invención de la soledad (memorias, 1982), La Trilogía de Nueva York (1987), El país de las últimas cosas (1987), el Palacio de la Luna (1989), La música del azar (1990), Leviatán (1992), El Cuento de Navidad de Auggie Wren (1992) Mr. Vértigo (1994), El cuaderno rojo (memorias y anécdotas, 1995), A salto de mata (autobiografía, 1997), Tombuctú (1999), Creía que mi padre era Dios (relatos breves, 2001), La historia de mi máquina de escribir (ensayos, 2001), El libro de las ilusiones (2002), La noche del oráculo (2004), Brooklyn Follies (2005), Viajes por el Scriptorium (2007) y Un hombre en la oscuridad (2008), además de los guiones cinematográficos de Smoke & Blue on the face, Lulu on the Bridge, the Center of the World y La vida interior de Martin Frost, y de dos libros de poesía: Desapariciones (poemas escritos entre 1970 y 1979) y Pista de de despegue (1990).
Paul Auster tiene la virtud de no aburrir. Su obra, extensa y retroactiva, se entrelaza en una compleja maraña de temas y personajes recurrentes, diferentes niveles de lectura e intertextualidades abiertas o solapadas que aportan vastos espacios de significación, y sirven de apoyaturas discursivas para arduas cuestiones metafísicas y numerosos juegos literarios e intelectuales, entre las que destacan las puestas en abismo entre personajes y realidad y los laberintos arquitextuales, verdaderas redes de relatos entrelazados en diferentes niveles: el ejemplo más claro aparece en El libro de las Ilusiones, donde se relata una película que es ni más ni menos que La vida Interior de Martin Frost, donde a la vez el escritor protagonista escribe Viajes por el Scriptorium.
Sin embargo, sus relatos, aunque considerablemente alejados a la clásica novela de aprendizaje decimonónica al estilo Dickens (Oliver Twist, Grandes Esperanzas, David Copperfield, etc.), contienen narraciones completas y dinámicas. En la narrativa de Paul Auster siempre pasa algo que mantiene al lector ávido de seguir leyendo. Sus personajes, casi siempre con un gran componente personal y autobiográfico, son profundos y atrayentes, son sujetos relativamente normales y muy humanos, características que nos permiten identificarnos con ellos y vernos envueltos en sus historias, compadecernos de sus desgracias y alegrarnos por sus mínimos triunfos.
Por otro lado, el estilo de Auster es extremadamente accesible, y aún más para un lector de habla hispana. Utiliza frases gramaticalmente simples, en un estilo prolijo y bien cuidado, sin demasiadas oraciones subordinadas o giros lingüísticos, aunque con términos de raíces latinas (que, en inglés, poseen un valor fuertemente asociado a la alta cultura). Tiende a evitar las descripciones extensas, y va mechando las complejidades de sus juegos literarios con situaciones particulares, anécdotas, y eventos individuales que dan hilo a la trama e impiden que uno se pierda y abandone el texto por puro tedio. Pese a ser un escritor posmoderno, Auster evita los embarullados fárragos intelectuales, prefiriendo las explicaciones claras, generalmente en manos de algún personaje, o aún en forma de un diálogo.
Utiliza mucho, además, el formato de naración en primera persona, de corte autobiográfico. Cuando uno lee más de una novela de Paul Auster, rápidamente comienza a establecer nexos entre ellas. En muchas ocasiones se repiten o entrelazan personajes: por ejemplo, Daniel Quinn, el protagonista de Ciudad de Cristal –primera novela de la Trilogía, aparece con distintos papeles en otras cuatro historias diferentes, incluyendo Viajes por el Scriptorium, una puesta en abismo donde la colección de personajes de diversas obras se vengan del “autor”. Cigarrillos, café, caminatas, libros, locura: el modus operandi de Auster se vuelve claro con estos detalles. La multifacética Ciudad de Nueva York es el espacio donde transcurre gran parte de la acción de sus novelas, un laberinto de espejos en el cual un hombre puede reproducirse y perderse en el infinito. París es otro de los espacios, generalmente un espacio ideal de introspección y contrastes. El dinero, representado en la azarosa alternancia entre la miseria y la riqueza, es usualmente una forma de movilizar las vidas de los personajes y de medir en cierta medida su éxito social y espiritual.
Y luego, el azar.
El azar, la coincidencia, la sincronía causal demasiado amplia como para ser predicha opera en todas las novelas de Auster como un elemento decisivo en las tramas, descolocando al lector y al personaje por igual. Un accidente, un asalto, una herencia, un encuentro afortunado, o sucesos directamente inverosímiles movilizan poderosamente la acción, llevando las novelas de Auster al límite de lo creíble. Por supuesto, al incluir el factor azar, Auster corre el riesgo de que sus historias se desbarranquen, de incurrir en una lamentable salida deus ex machina: riesgo que generalmente salva de forma elegante, poniendo obstáculos de neto corte realista al desbalance. Así, una fortuna heredada o ganada se desvanece mediante un robo –El Palacio de la Luna, Mr. Vértigo-, una enfermedad súbita –El Palacio de la Luna-, se pierde en una apuesta –La Música del Azar-, etcétera. Por otro lado, los antedichos personajes logran equilibrar la balanza del verosímil, tanto como los golpes adversos. En todas estas cuestiones no es difícil encontrar un nexo con la propia biografía de Auster, plagada de sucesos azarosos que condujeron su vida a lugares inesperados.
En Paul Auster puede verse, en definitiva, a un autor de corte netamente posmoderno, intelectual y urbano, que utiliza toda clase de artificios cultos y que se apropia de cuestiones filosóficas para construir su obra; pero que a la vez escribe desde un lugar considerablemente íntimo, relativamente simple, humano y personal, que le otorga una considerable fuerza emocional a sus obras, alejándolo de la torre de marfil intelectual y atrapando, casi sin remedios, al lector común.
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