domingo, 25 de octubre de 2009

Happiness is a warm gun



She's not a girl who misses much
Do do do do do oh yeah
She's well acquainted with the touch of the velvet hand
Like a lizard on a window pane
The man in the crowd with the multicoloured mirrors
On his hobnail boots
Lying with his eyes while his hands are busy working overtime
A soap impression of his wife which he ate
And donated to the Nation Trust
I need a fix 'cause I'm going down
Down to the bits that I left uptown
I need a fix cause I'm going down
Mother Superior jump the gun
Mother Superior jump the gun
Mother Superior jump the gun
Mother Superior jump the gun
Happiness is a warm gun
Happiness is a warm gun
When I hold you in my arms
And I feel my finger on your trigger
I know no one can do me no harm
Because happiness is a warm gun
Happiness is a warm gun, yes it is
Happiness is a warm gun.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Alguien especial

-¡Quiero llegar a la Luna, quiero ser una estrella!

-Fantástico. Pero primero comete los huevos fritos.

Me levanté abrazado a ella, desnudo. La cama era chica, e incómoda, pero el calor de los cuerpos la volvía confortable, mágica. No era una gran cama de dos plazas, cubierta de sedas y tules, ni estaba en un palacio encantado en la Luna, sino que era una cama de una plaza en un departamentito chico en el centro de La Plata. Pero como era de una plaza, estábamos abrazados. Había sol, mucho sol, que entraba por la ventana abierta, y el viento fresco en un día cálido venía bien. Mañana yo iría a trabajar, así que estaba contento. No trabajaba salvando princesas de dragones en castillos encantados, ni desentrañando misterios antiguos en tumbas olvidadas, sino que era un simple profesor rural, que insistía en tratar a los chicos como personas, y trataba de enseñar razonando con ellos, procurando evitar caer en el aburrimiento y en los errores absurdos.

Me rasqué la cabeza, una, dos veces. La miré, y fui conciente de que era feliz. No pude evitarlo, le acaricié la cabeza y los brazos, tratando de no despertarla. Me puse los viejos pantalones negros, ya un poco rotosos y sucios, pantalones que no eran de una marca demasiado conocida, ni italianos, ni siquiera buenos, pero que me gustaban y me resultaban cómodos. Fui a poner la pava, llenándola hasta el tope de agua fría, y la puse en la hornalla con el fuego al mínimo. Escribí una notita en un papelito de visitador médico: “Pequeña, por si te despertás antes de que vuelva: me fui a la panadería a buscar unas facturas para que desayunemos. Te quiero”.

Agarré mi billetera y mis colgantes, bajé, en patas y en cuero, por el ascensor. Hice una cuadrita y llegué a la panadería. Me preocupé un minuto: no sabía si me dejarían entrar así. Ya fue, me dije, y entré igual. Si me decían algo, no volvía a entrar y punto. Me miraron un poco raro, pero no dijeron nada. Mi plata valía lo mismo que la de cualquier otro. Compré media docena de facturas, y elegí varias hojaldradas para mí. Dos medialunas con dulce de leche, además. Me tenté y compré dos más, y cuando me fui, sonriendo, me comí una. Cuando volví al edificio, empecé a silbar Antonia, de Pat Metheny. Saludé con la mano al encargado y subí de nuevo por el ascensor. Hice un piso y lo detuve: mejor era subir por las escaleras, para hacer un poco de ejercicio. La temperatura era agradable, pero con el ejercicio sudé un poco. No me importó demasiado, después me bañaría.

Cuando llegué pispié para ver si ella seguía dormida. Más o menos, entreabrió los ojos cuando entré, y me sonrió entre las sábanas.

-Pensé que te habías ido.

-Solamente a hacer un mandadito.

-¿Facturas?

-Facturas.

-¿De papel o de harina?

-De harina.

-Qué bueno.

La pava chifló.

-¿Leche o agua?

-Un té estaría bien. Pero después compartimos una taza de café con leche.

-Dale.

-Te quiero.

-Me too, my lady.

Se sentó y se desperezó. Era muy linda. No era una belleza exuberante de los mares del sur, ni una modelo hot, ni un personaje etéreo de literatura, una dama de rubios cabellos y rostro perfecto, sino una chica normal, bonita, que usaba anteojos, y tenía el pelo negro y largo. Era más bien alta, de un metro setenta y dos, y más bien delgada, aunque cuando se sentaba se le hacía un mini rollo. Tenía las tetas medio chicas (a mí me gustaban igual, pero a ella la acomplejaban), y un culito redondito, que me gustaba tocar. Se puso una bombacha, y agarró una camisa mía del armario, aunque se la dejó entreabierta. Bostezó.

-Quedate en la cama. Hago los té y vuelvo.

Ella miró por la ventana, y se recostó contra la almohada, aunque no estaba del todo horizontal. Agarré unas tostadas que habíamos hecho el día anterior con pan casero, y les puse mermelada y queso crema. Preparé para ella un té de durazno y para mí un lapsang souchong. Abrí la heladera y saqué la leche, poniéndola en una taza grande y de ahí al microondas. Un minuto y el desayuno estuvo hecho.

Ella se levantó un segundo y fue hasta el equipo de música, y puso el disco Secret Story, de Pat Metheny, aunque desde el tema 14: Back in Time. Volvió a la cama.

Llevé todo en una bandeja de madera que me había regalado mi hermano. Tuve que hacer un poco de equilibrio, esquivando los trozos de disfraces que habían desparramados por todo el departamento. La noche anterior habíamos ido a una fiesta que había organizado una amiga, y aunque no ganamos el concurso al mejor disfraz, salimos segundos. Yo fui de Morfeo, alias Sandman, ella de Lita Hall, la Furia. Hasta hicimos una representación de “Las benévolas”, e hicimos reír a todos. Cuando llegué a la cama, la besé, y le toqué una teta. Desayunamos juntos, charlando pavadas de la fiesta de la noche anterior. A veces ella podía ser muy arpía, incluso ganándome a mí. Nos iluminó el rayo de la mañana, y yo no podía dejar de verla extasiado.

-Sé que no tiene nada que ver, pero, qué hermosa que sos. Cómo te daría.

-Je. Qué grosero que sos, bonito. Sabés que podemos hacerlo cuando quieras.

-¿Ahora?

-¡Estamos desayunando! Al menos corramos la bandeja.

-Bueno, desayunemos primero.

-¡No! Corramos la bandeja.

Ella no era una hetaira griega, ni una geisha japonesa, ni una bárbara de cuentos, no era una mujer esclava del hombre, que buscaba complacer “sacrificándose” ella, sino que era una chica con personalidad, con sus propios gustos y placeres. El sexo con ella era divertido, y tierno. Había mucho de besarse, mucha caricia y mucho abrazo. Yo soy bastante silencioso, me gusta besarle la espalda y el cuello, pero ella es un poco más ruidosa. Complementamos bien.

Después de un rato, comenzamos a cocinar juntos. Cortamos cebollas, zapallitos, morrones, y muchos etcéteras. No éramos vegetarianos, pero comíamos poca carne. Era cara e incómoda para cocinarse. Hay algo tremendamente erótico en cocinar y en comer. Completamos el almuerzo con una cerveza, y como postre, fruta. No era un banquete lleno de faisanes, ni había jabalíes cazados, ni era un almuerzo preparado por un cheff, pero soy bastante buen cocinero, y comíamos rico igual.

Después de comer, hablamos un rato. Ella me contaba sus sueños, sonriendo, yo la escuchaba, y trataba de ayudarla de alguna forma. Me había involucrado en su vida, y me sentía bien haciéndola más fácil. Esperaba lo mejor de ella, e intentaba darle confianza y apoyo. Ella era actriz, y nos habíamos conocido en el teatro, de casualidad. Yo había hecho algo de teatro con unos amigos, nada serio, pero empecé a frecuentar su grupo por invitación de ella misma, y me terminé enganchando. Siempre me había resultado fácil engancharme con cosas así. Una vez volvíamos del ensayo (yo era un personaje muy secundario, pero intentaba crear una obra de teatro para representar con el grupo), y la invité a ver una peli a casa. Esa vuelta terminamos envueltos en las sábanas. Habían pasado ya casi cuatro meses de eso.

Después de comer bailamos un ratito. Yo me había sacado el trauma hacía un año, más o menos, y no era ningún Julio Boca ni Maximiliano Guerra, pero me defendía bastante bien, y seguía mejorando día a día, y la verdad es que disfrutaba mucho bailar con ella. Ella era más o menos como yo para bailar, aunque resultaba más ágil. Pusimos un disco de la Secta y saltamos como locos por toda la casa.

Esa tarde yo tenía planes, me iba a jugar al básquet con unos amigos. No éramos ni Shaquille O’Neil, ni Manu Ginóbili, ni siquiera ninguno era realmente bueno, pero nos divertíamos de lo lindo. Después del partido tomábamos cerveza. Por lo general, ella venía a hacernos compañía, le caían bien los chicos. Pero esa tarde no vino, aunque la esperé. Me llegó un mensaje suyo, en el que me decía que teníamos que hablar.

Fui a casa. Ella estaba vestida, y había ordenado todo. Había hecho un bolsito con sus cosas. Me asusté.

-Sé que es un poco repentino, pero no quiero que sigamos. La paso bien con vos, me siento cómoda, y tuvimos momentos muy agradables, pero no creo que seas mi gran amor. Creo que no estoy para una relación así de seria.

-Pero las cosas están muy bien, ¿por qué dejarlas? ¿hice algo malo?

-No es un problema tuyo, es mío; sos un buen tipo, lindo, dulce, directo, y me respetás, pero es que no creo que seas “especial”. No sos uno de esos genios, ni sos un hombre ideal. Ni siquiera pudimos ganar el concurso de disfraces. Creo que me estoy atando a vos, y que eso me tira para atrás. Yo quiero un hombre ideal.

-Sabés que no existen. Pero es tu decisión, y aunque no me guste, la voy a tener que aceptar, si no queda más remedio.

-No sé si no existen. No importa. Necesito otra cosa, y vos no sos eso que necesito. Espero que te cuides, ¿sabés? Si tuvieras más ambición, serías perfecto. Bueno, casi.

Ella se fue ese día, y yo dejé ese grupo de teatro. Me fui a otro. Creo que ella después estuvo siguiendo a un par de tipos que la histeriquearon y no la quisieron, y sé que estuvo con uno que directamente la golpeó, aunque ella después de eso lo dejó. No le va exactamente mal, por suerte. Calculo que seguirá haciendo teatro, pero no sé cómo le irá en eso. Me gustaría que fuera feliz, pero no sé si lo será, y sinceramente no lo creo.

Yo sigo con mi vida, aunque esté solo. Me costó bastante superarlo, sobre todo los domingos, o cuando veía alguna película sin compañía, pero finalmente lo logré, estoy en paz conmigo mismo, sigo trabajando, escribiendo, y viendo a mis amigos, y agradezco el tiempo que pude estar con ella.

Me gusta cocinar, me gusta bañarme, me gusta jugar al básquet, me gusta bailar, y me gusta actuar. En todo lo que hago, aunque no resalte, cada vez voy mejorando más. Voy a los colegios rurales en mi moto rotosa, y me agrada sentir el viento, y el sol. En breve voy a presentar mi obrita de teatro en un teatro de Ensenada, y estoy de lo más contento. No será el Colón, ni seré un profesor emérito en la facultad, pero hago lo que me gusta, e intento vivir de eso.

Esteban Ruquet

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Todo tiempo pasado fue mejor



Ya fueron pasando todos esos años
Desde que tu madre te vió nacer

Se fueron pasando, casi amontonando
Dejando sus huellas sobre tu piel

Yo sé muy bien,
Que pasaste mal
Aunque por momentos brillaron tus ojos santos

Y tuviste amigos

Festejos y ron,
Tuviste a un hombre, vestidos y pan
Noches y unas guerras, las flores y más
Todos esos años y dedos para contar

Hoy entré a tu cuarto
Leí tus poemas
Revisé tu ropa y miré tus fotos,
sé que estuve mal.

Te pido disculpas,
si no fui discreta,

pero es que quería saber de vos más.

Ahora estoy tranquila,
se que estás muy bien,
lástima esos ojos, que quieren decir: todo tiempo pasado fue mejor

domingo, 19 de octubre de 2008

Azul


Alí está ele, no mesmo lugar de sempre, sentado na areia o velho marujo mira o horizonte azul, entre a fumaça de suas baforadas, no velho cachimbo, herança do seu pai, vício adquirido com o ócio que diminui a dor.

Olhar apaixonado, a imensidão o fascina, concentra-se no que considera a comunhão secreta da vida, a união carnal entre ANU deusa celta da fertilidade e DON o deus da morte. .

Admirado, o velho filosofa, entre uma tragada e outra diz...

“DA ÁGUA VEIO A VIDA E NO CÉU ELA TERMINA, MAS NO HORIZONTE SE UNEM PARA A ETERNIDADE, PARA LÁ EU QUERO IR, QUERO A ETERNIDADE DE MORRER SEM VIVER E VIVER SEM MORRER”

Cerra os olhos entre a neblina de tabaco e o odor de fumo, e como tomado por essas sensações de liberdade,,segue, sem olhar para tras, andar sereno, direto, sem pensar, apenas seguindo seus impulsos, suas paixões, como nunca havia feito em toda sua existencia, avança pela areia macia como se tocasse o céu, o cheiro da maresia toma conta de suas narinas, suga o perfume salino, enche o pulmão ate quase estourar, ele quer tudo,

SEU PERFUME,

SEU GOSTO,

SUAS SENSAÇÕES.

Lança- se na água,

AHHH ... o primeiro toque, felicidade molhada, transcendental, ele a penetra com alegria, com delicadeza mas firme, como quem deflora uma mulher pela primeira vez,

E vai mais fundo, E MAIS! NA IMENSIDÃO UTERINA DO MAR, MERGULHA, NADA, EMBEBEDA-SE DA SUA AGUA.

Nada sem parar, para frente, para baixo, ele quer mais, quer tudo, mais profundo,

SEU AR JÁ NÃO EXISTE!

AH, a falta de ar o faz voltar no tempo, se recorda do azul, azul dos olhos dela , da paixão instantanea, ele a quis tanto... mas suas pernas não deixaram, não teve forças.

Durante anos ele a observou, durante anos sonho com ela, até o dia que a levaram, e em sua presença, foi testemunha do primeiro beijo, sofreu calado

Não pode falar, gritar, chorar... NÃO HAVIA SOM!

A dor era tanta... sentia que ia morrer sufocado, o peito explodir, mas ele não para de nadar...

ACORDA MEU VELHO!!!

Uma voz brusca desperta o velho marujo, sua embarcação, a velha cadeira de rodas, será recolhida, pela doce empregada, assim como fez sua mãe , durante toda sua existência paralitica.


Marcus Donzelli

viernes, 17 de octubre de 2008

Puesta en situación

Homeless, vagabundo, invitado, compañero. Me temo que me he quedado sin espacio en el mundo, y aunque hay gente que me rodea, pocas personas pueden entender lo profundo de mi dolor al haber perdido mi lugar.
Porque no era sólo un lugar. Eran también mis amigos todo el tiempo en casa, mis soledades personalmente desfrutables, y sobre todo, mi música.
La música me habla en un lenguaje que puedo entender, un lenguaje que no necesita la doble y puta articulación del lenguaje humano para emocionarme. Ciertas notas, sonidos e instrumentos me pueden muchísimo más que una palabra a tiempo. La música me emociona de una forma que no puedo explicar con palabras, porque necesitaría componer una canción para describirla. Y no soy músico. Y no tengo lugar para escucharla.
La música es mi primer y va a ser mi último amor. Espero que alguien comprenda, alguien se apiade, alguien que no sea de este mundo y que me transporte a un mundo de puro sonido armónico.
Saludos.

martes, 23 de septiembre de 2008

En Nombre del Azar


El 1 de septiembre último vio la luz en el mundo anglosajón la más reciente novela de Paul Auster, titulada Man in the Dark, y en el mundo hispánico fue editada gracias a Anagrama apenas un día después. Excusa perfecta para hacer una pequeña revisión de su extensa y compleja obra literaria.

Así que hagamos las presentaciones: Paul Auster es un escritor de origen judío nacido en Nueva Jersey, EEUU, en 1947, y es tal vez uno de los prosistas más importantes de las últimas dos décadas. Bucear un poco en su vida no nos resultaría ocioso, ya que nos permite comprender y apreciar gran parte de su narrativa:

Tropezando de un trabajo temporal a otro, incapaz de conciliar su economía con sus tiempos, vivió toda clase de experiencias hasta lograr la consagración literaria. Poco después del divorcio de sus padres, al terminar la escuela secundaria, decidió viajar por Europa antes de entrar en la Universidad de Columbia, donde simpatizaría con los movimientos estudiantiles más radicales y, tras un breve intervalo de unos meses nuevamente en Francia, se graduaría unos años después. Con un título en las manos, formó parte, como obrero, de la tripulación del Esso Florence, un barco petrolero en el cual permaneció unos cuantos meses.

Con el poco dinero reunido, viajó a Francia nuevamente, donde sobrevivió a duras penas a base de traducciones, ayudas con guiones cinematográficos, y finalmente como casero en una chacrita en la campaña francesa. Tras tres años, en 1974 volvió a Nueva York, donde seguiría en su trabajo como traductor y tendría lugar su primer matrimonio. En 1977 se convierte en padre de Daniel Auster, hecho que marcaría profundamente su futura obra. Pero, según sus propias palabras: “Cuando llegué a la treintena, pasé por unos años en los cuales todo lo que tocaba se convertía en fracaso. Mi matrimonio terminó en divorcio, mi trabajo como escritor se hundía y estaba abrumado por problemas de dinero”.

Su matrimonio se quebró en noviembre de 1978, y poco después moriría su padre, que le dejaría una herencia con la cual salir a flote económicamente y el tiempo necesario para escribir La invención de la soledad, en cuya prosa intenta desentrañar el enigma de la paternidad y el del azar, temas recurrentes en su obra. Poco después, el éxito lo alcanzaría con la publicación de la Trilogía de Nueva York, un nuevo matrimonio, y en 1987, una hija, Sophie.

En la actualidad, Paul Auster es autor de las siguientes novelas y otras obras en prosa: Jugada de presión (1976), La invención de la soledad (memorias, 1982), La Trilogía de Nueva York (1987), El país de las últimas cosas (1987), el Palacio de la Luna (1989), La música del azar (1990), Leviatán (1992), El Cuento de Navidad de Auggie Wren (1992) Mr. Vértigo (1994), El cuaderno rojo (memorias y anécdotas, 1995), A salto de mata (autobiografía, 1997), Tombuctú (1999), Creía que mi padre era Dios (relatos breves, 2001), La historia de mi máquina de escribir (ensayos, 2001), El libro de las ilusiones (2002), La noche del oráculo (2004), Brooklyn Follies (2005), Viajes por el Scriptorium (2007) y Un hombre en la oscuridad (2008), además de los guiones cinematográficos de Smoke & Blue on the face, Lulu on the Bridge, the Center of the World y La vida interior de Martin Frost, y de dos libros de poesía: Desapariciones (poemas escritos entre 1970 y 1979) y Pista de de despegue (1990).

Paul Auster tiene la virtud de no aburrir. Su obra, extensa y retroactiva, se entrelaza en una compleja maraña de temas y personajes recurrentes, diferentes niveles de lectura e intertextualidades abiertas o solapadas que aportan vastos espacios de significación, y sirven de apoyaturas discursivas para arduas cuestiones metafísicas y numerosos juegos literarios e intelectuales, entre las que destacan las puestas en abismo entre personajes y realidad y los laberintos arquitextuales, verdaderas redes de relatos entrelazados en diferentes niveles: el ejemplo más claro aparece en El libro de las Ilusiones, donde se relata una película que es ni más ni menos que La vida Interior de Martin Frost, donde a la vez el escritor protagonista escribe Viajes por el Scriptorium.

Sin embargo, sus relatos, aunque considerablemente alejados a la clásica novela de aprendizaje decimonónica al estilo Dickens (Oliver Twist, Grandes Esperanzas, David Copperfield, etc.), contienen narraciones completas y dinámicas. En la narrativa de Paul Auster siempre pasa algo que mantiene al lector ávido de seguir leyendo. Sus personajes, casi siempre con un gran componente personal y autobiográfico, son profundos y atrayentes, son sujetos relativamente normales y muy humanos, características que nos permiten identificarnos con ellos y vernos envueltos en sus historias, compadecernos de sus desgracias y alegrarnos por sus mínimos triunfos.

Por otro lado, el estilo de Auster es extremadamente accesible, y aún más para un lector de habla hispana. Utiliza frases gramaticalmente simples, en un estilo prolijo y bien cuidado, sin demasiadas oraciones subordinadas o giros lingüísticos, aunque con términos de raíces latinas (que, en inglés, poseen un valor fuertemente asociado a la alta cultura). Tiende a evitar las descripciones extensas, y va mechando las complejidades de sus juegos literarios con situaciones particulares, anécdotas, y eventos individuales que dan hilo a la trama e impiden que uno se pierda y abandone el texto por puro tedio. Pese a ser un escritor posmoderno, Auster evita los embarullados fárragos intelectuales, prefiriendo las explicaciones claras, generalmente en manos de algún personaje, o aún en forma de un diálogo.

Utiliza mucho, además, el formato de naración en primera persona, de corte autobiográfico. Cuando uno lee más de una novela de Paul Auster, rápidamente comienza a establecer nexos entre ellas. En muchas ocasiones se repiten o entrelazan personajes: por ejemplo, Daniel Quinn, el protagonista de Ciudad de Cristal –primera novela de la Trilogía, aparece con distintos papeles en otras cuatro historias diferentes, incluyendo Viajes por el Scriptorium, una puesta en abismo donde la colección de personajes de diversas obras se vengan del “autor”. Cigarrillos, café, caminatas, libros, locura: el modus operandi de Auster se vuelve claro con estos detalles. La multifacética Ciudad de Nueva York es el espacio donde transcurre gran parte de la acción de sus novelas, un laberinto de espejos en el cual un hombre puede reproducirse y perderse en el infinito. París es otro de los espacios, generalmente un espacio ideal de introspección y contrastes. El dinero, representado en la azarosa alternancia entre la miseria y la riqueza, es usualmente una forma de movilizar las vidas de los personajes y de medir en cierta medida su éxito social y espiritual.

Y luego, el azar.

El azar, la coincidencia, la sincronía causal demasiado amplia como para ser predicha opera en todas las novelas de Auster como un elemento decisivo en las tramas, descolocando al lector y al personaje por igual. Un accidente, un asalto, una herencia, un encuentro afortunado, o sucesos directamente inverosímiles movilizan poderosamente la acción, llevando las novelas de Auster al límite de lo creíble. Por supuesto, al incluir el factor azar, Auster corre el riesgo de que sus historias se desbarranquen, de incurrir en una lamentable salida deus ex machina: riesgo que generalmente salva de forma elegante, poniendo obstáculos de neto corte realista al desbalance. Así, una fortuna heredada o ganada se desvanece mediante un robo –El Palacio de la Luna, Mr. Vértigo-, una enfermedad súbita El Palacio de la Luna-, se pierde en una apuesta –La Música del Azar-, etcétera. Por otro lado, los antedichos personajes logran equilibrar la balanza del verosímil, tanto como los golpes adversos. En todas estas cuestiones no es difícil encontrar un nexo con la propia biografía de Auster, plagada de sucesos azarosos que condujeron su vida a lugares inesperados.

En Paul Auster puede verse, en definitiva, a un autor de corte netamente posmoderno, intelectual y urbano, que utiliza toda clase de artificios cultos y que se apropia de cuestiones filosóficas para construir su obra; pero que a la vez escribe desde un lugar considerablemente íntimo, relativamente simple, humano y personal, que le otorga una considerable fuerza emocional a sus obras, alejándolo de la torre de marfil intelectual y atrapando, casi sin remedios, al lector común.

martes, 2 de septiembre de 2008

Título Profesional


Título profesional, terciario / universitario,: Boludo Matriculado

Si usted está interesado en una carrera universalmente reconocida, de amplia data en la historia de la humanidad, no deje pasar esta oportunidad. Estudie en la UNLB (Universidad Nacional de Los Boludos). Existe un amplio mercado laboral, en el cual conseguir un éxito profesional como boludo. Nuestra universidad cuenta con prestigiosos profesores, y está comandada por el ilustrísimo Doctor en Boludo Esteban Ruquet, alias el caballo que entra en cualquiera. Usted tiene varias opciones a la hora de elegir su rubro especializado.

Grado Académico: Boludo Bachiller

Para obtener el Grado Académico de Bachiller son necesarios los siguientes documentos:

  1. Constancia de Egresado de la secundaria (usted debe ser un boludo para terminarla)
  2. Registro de cumplimiento de las obligaciones y compromisos en Secretaría Académica, Centro de Información y Tesorería.
  3. Abono de $500 semanales

Titulo Profesional: Boludo Profesional

Para obtener el Titulo Profesional se requiere:

  1. Contar con el Grado de Académico de Boludo Bachiller
  2. Tasa de $1000 semanales (negociables)


  1. Aprobar una de las modalidades de titulación siguientes:
  • Sustentar y aprobar una Tesis o Proyecto Profesional
  • Completar un programa de actualización profesional y aprobar las evaluaciones previstas en el mismo.

Las especialidades son:
-Enamorarse de mujeres imposibles
-Licenciatura en Literatura Norteamericana
-Mula de Carga
-MasterizarAD&D
-Calavera Honesto
-Escritura
-Relaciones de dependencia
-Consumir porquerías
-Gamer
-Pretensiones heroicas
-Corrección Política
-Boludo Estudioso
-Boludo Religioso
-Protección y Defensa de Hijoputas
-Banana
-Flogger
-Blogger

Un futuro brillante lo espera. Envíenos $300 por adelantado a 447 n°36, y nosotros personalmente le diremos que es un soberano boludo

martes, 15 de julio de 2008

Saludos desde Felicidonia


Como todo viene marchando en la vía de mis planes -no necesariamente positivos, y necesariamente temporales- mi vida es un soberano caos equilibrado de emociones contenidas y desviadas hacia caminos un tanto más onanistas que lo que deberían. Innecesariamente me veo en el dilema de volver a la casa materna, aunque de manera temporal. Es un suceso sumamente dramático, considerando que viví cuatro felices años por mi cuenta.

Pero, en vista de un plan de vida programada por mí mismo, se vuelve necesario, casi indispensable. Opciones diferentes hay, pero se vuelven necesariamente incómodas. La idea es dejar el cómodo y mediocre laburo en el Poder Judicial entre octubre y diciembre, razón por la cual debería parar en algún lado lo suficiente como para que los ahorros aguanten. La idea de ser profesor, de tener parte activa en la educación de una nueva generación, viene tomando forma cada vez con más peso en mi mente. Claro está, no soy el más capacitado ejemplo de vida para dar a un adolescente, y menos aún a un niño, pero mi esfuerzo consciente sería proponer una saludable cantidad de alternativas a la clásica utopía burguesa de casa-familia-auto-perro tan presente en nuestra sosáieti. Aunque no me guste una mierda tener que ir a vivir a City Bell. Es, en cierta forma, una cuestión de responsabilidad y de confianza en el azar y el esfuerzo mancomunado de la gente alrededor mío. El producto evidente sería mi rápido egreso universitario, y el un poco más demorado y romántico viaje alrededor del mundo. Deséenme suerte aquellos que osan entrar al blog.

domingo, 6 de abril de 2008

Dorotea


Vladimir Ortiz apenas veía al otro Protector, que se pasaba el día encerrado en su habitación, bebiendo y usando faroles de sueños que se hacía traer desde Osgodor. Ni siquiera se molestó en averiguar cómo se llamaba ese hombre. He allí el producto del gran plan, reflexionaba Vladimir Ortiz. Por primera vez en su vida estaba realmente furioso. ¡El, que había visto la columna de fuego y la columna de hielo, tenía que terminar sus días en un lugar olvidado de Dios, y en compañía de un payaso!
Encontraba consuelo en las memorias y el retrato de Dorotea. El retrato dominaba el salón de entrada de la Mansión de los Monarcas Muertos. Vladimir Ortiz pasaba buena parte del día sentado frente a ese cuadro.
Rubia, rasgos filosos, ojos color perla: así la pintaba el retrato. Dorotea había sido una mujer excepcional por su audacia. El retrato era excepcional por su torpeza. Tres siglos atrás Dorotea había conquistado la región que ahora llevaba su nombre. Antes de eso había tenido un meteórico ascenso desde una orden eclesiástica menor hasta las jerarquías superiores de la Iglesia Ecuménica, pero su brillo se había apagado de golpe por un traspié. El traspié había coincidido con la culminación de su carrera, y por esa razón Vladimir Ortiz se sentía reflejado en la historia de esa mujer.
Había una gran diferencia, desde luego, aunque Vladimir Ortiz prefería no recordarla. Dorotea había buscado la gloria, y de algún modo la gloria se había burlado de ella. Vladimir Ortiz había rehuido la gloria, pero ésta le había salido al encuentro para arruinarlo.
El retrato de Dorotea era la obra de un artista con poco presupuesto y menos imaginación. Los colores chillones se habían agrisado con los años, porque el material era barato. Los trazos eran burdos, involuntariamente ingenuos y burocráticamente solemnes. Presentaban a Dorotea subiendo triunfalmente al cielo después de vencer a los monarcas muertos. Ella vestía su capa negra de Protector, con la insignia de la Cruz y el Martillo bordada en oro. Rebosaba santidad.
Claro que Dorotea no había subido triunfalmente al cielo, no había vencido a los monarcas muertos ni había sido una santa. Vladimir Ortiz habría pasado por alto estos detalles si al menos la composición hubiera tenido cierta armonía. Pero el cuadro era un prodigio de desequilibrio, como si involuntariamente se empeñara en representar los caprichos del destino, las grietas y fisuras del gran plan. Sin embargo, Vladimir Ortiz sospechaba que el cuadro, en su vulgaridad, de algún modo hacía justicia al personaje. Se preguntaba por qué.
Debajo del cuadro había una inscripción en bronce:

UN FUEGO ME CONSUME

Gracias a Arámax, que le indicó en qué parte de la biblioteca estaban las memorias de Dorotea, Vladimir Ortiz pudo entender a qué aludía la inscripción y averiguar muchos otros detalles que antes no conocía ni le habían interesado. Dorotea había ingresado en una orden monástica menor cuando era muy joven, y había hecho sus votos de pie sobre brasas ardientes. Entonces había afirmado: “Un fuego me consume, pero no son estas débiles brasas sino el fuego de la fe.” Había impresionado a la gente de su aldea, que había asistido en masa a la ceremonia entusiasmada por la perspectiva de tener una santa local.
Dorotea no era una santa. Era una mujer brillante que había sobresalido por sus dotes intelectuales y su carácter firme. En una época en que en ciertas regiones de la Cruz y el Martillo se propagaba un extraño culto por la odiada Katya Rastova, Dorotea había resucitado con ardor el culto de la Virgen María. Por esa razón, la jerarquía superior de la Iglesia había tolerado su ascenso.
Era además una mujer excepcionalmente bella. Aun el feo retrato de la Mansión de los Monarcas Muertos lograba sugerirlo, pero además quedaban algunas fotos borrosas y los testimonios de sus contemporáneos. La penitencia y la abstinencia no habían logrado afearla. Su castidad era pues un doble tesoro. (O un doble desperdicio, le había susurrado una vez el cardenal Nuovevite en Nueva Roma, cuando ambos asistían a un seminario sobre historia de la iglesia.) Nueva Roma se había visto en la obligación de darle un cargo de Protector. Era la primera vez en siete siglos -la primera vez desde la fundación de la iglesia- que ese título se otorgaba a una mujer. Los méritos de Dorotea lo imponían (“Y el populacho lo reclamaba -añadía Nuovevite-. Eran tiempos difíciles en que las concesiones eran necesarias para mantener el equilibrio.”) Muchos cardenales la tenían entre ojos y sin duda esperaban que cometiera el desliz de exigir el título de Protectora. Dorotea era demasiado astuta para caer en esa trampa de vanidad. Sabía que la habrían acusado de atentar contra las tradiciones de la Iglesia, así que aceptó sin remilgos un título masculino. De lo contrario su carrera habría peligrado. . La Iglesia Ecuménica heredaba la misoginia de otras iglesias cristianas, pues identificaba a las mujeres con la lujuria y la tentación, pero la campaña contra la doctora Rastova había agudizado esa herencia hasta extremos de fanatismo: Rastova, como Eva, había tentado a los hombres a seguir el camino del conocimiento, y ese camino había llevado al Tiempo de la Locura, una nueva versión de la Caída. Una mujer podía hacer carrera dentro de la Iglesia, pero más le valía ser prudente.
Dorotea había aprendido esta lección. Recibió su nombramiento de Protector en una ceremonia austera a la que asistieron todos los altos cardenales de la época. Esta vez no hizo gestos grandilocuentes, como cuando había tomado los votos. Sabía que la repetición gasta los efectos. Sabía que el olor a piel quemada era desagradable. Sabía que no volvería a resistir el calor de las brasas. Simplemente se presentó con el pelo cortado al rape, a la manera de un hombre. Era una ironía, pero la sutileza mitigaba la insolencia. En todo caso, era el tipo de ironía que amaban los dignatarios, quienes no tuvieron más remedio que aplaudirla. El pelo cortado al rape era un reproche, pero podía interpretarse como la afirmación de que Dorotea estaría a la altura de un hombre en el cumplimiento de sus deberes. (De hecho, ésta era la versión oficial de la historia, y aun Dorotea, muy discreta a esta altura de sus memorias, contaba el episodio con tímida ambigüedad. Pero Vladimir Ortiz era un experto en la lectura entre líneas.)
Cuando tuvo su primera entrevista a solas con Osías Bonaparte II, el papa de la época, la flamante Protector presentó, con todo recato, una solicitud. Ese recato ocultaba una gran ambición. Era verdad que un fuego la consumía.
Dorotea pidió que le concedieran un protectorado que aún no existía. Ella estaba dispuesta a conquistarlo.
Dorotea había oído hablar de la Mansión de los Monarcas Muertos, y tiempo después, en sus memorias, contaría que esa historia o leyenda le había quitado el sueño durante años. La había oído en su aldea, antes de tomar los votos. De hecho, esa historia había guiado su vocación religiosa, tal vez porque tenía un aire romántico. El romanticismo era una de las llamas más poderosas del fuego que consumía a Dorotea, aunque en su juramento inicial había comprometido voluntariamente su castidad, algo que no se exigía a una integrante del brazo político y militar de la Iglesia. Tal vez la castidad era el precio que se imponía a sí misma por su fascinación con lo que parecía, en algunas versiones, una apasionada historia de amor.
Lamentablemente para ella, la historia no resultó ser lo que había esperado.
En la región de Bamileke, en la costa occidental del Africa, muy al sur de Osgorod, la gente veneraba la Mansión de los Monarcas Muertos. Viajeros, capitanes de mar y misioneros hablaban de ella. La mansión estaba al pie de una de las antiguas Ciudades del Cielo, y esta Ciudad del Cielo era, desde luego, una estructura en ruinas. Antiguamente la mansión había albergado salas de control y clínicas de transformación para la aplicación del Efecto Rastova. El edificio era tabú. Los habitantes de Bamileke repetían que quien entrara allí moriría quemado por el fuego de los antiguos dioses. En Bamileke, los hombres que habían viajado a las estrellas eran dioses que habían abandonado este mundo. (Los contaminados, los que no habían podido irse, eran criaturas inconclusas que merecían desprecio o compasión. Como eran dioses, merecían una ofrenda; como eran incompletos, las ofrendas eran limosnas. En Bamileke los contaminados eran dioses mendigos.)
Una pareja, Arax y Dárax, prometió que entraría en el edificio. Arax y Dárax habrían sido leyenda en Bamileke aunque nunca hubieran cumplido su promesa. Bebían más de la cuenta, se besuqueaban delante de todo el mundo, se burlaban de las convenciones. La sociedad de Bamileke era rígida y conservadora. Perdonaba las insolencias de Arax y Dárax porque eran jóvenes, pero desconfiaba de las personas atrevidas o insolentes. Cuando Arax y Dárax hicieron su promesa, muchos pensaron que los antiguos dioses fulminarían a esos impertinentes y suspiraron de alivio. El alivio no duró mucho. Arax y Dárax entraron en la mansión tomados de la mano, subieron a la terraza, saludaron a los curiosos y demostraron que habían burlado el tabú. La multitud los aclamó, y Arax y Dárax declararon que eran la reencarnación de los antiguos dioses. Los pobladores de Bamileke aceptaron esa declaración porque en cierto modo les confirmaba sus creencias. Desde la terraza, la pareja ordenó rituales y exigió ofrendas. Todos los días, los habitantes de Bamileke debían llevarles comida y arrojarla por una ranura. (La ranura daba a una especie de tobogán de madera que llegaba hasta el subsuelo del edificio. Había servido para depositar paquetes con alimentos para los que trabajaban en el edificio.) Cada siete días, los habitantes de Bamileke debían reunirse frente al edificio de cemento para rendir homenaje a Arax y Dárax. Las exigencias de Arax y Dárax crecían semana a semana, mes a mes, año a año. A veces salían de la Mansión para elegir esclavos de ambos sexos. Las devolvían al poco tiempo, cuando se cansaban de usarlos para diversas tareas y placeres. Los habitantes de Bamileke empezaron a murmurar, pero nadie se atrevía a rebelarse. El tabú era demasiado fuerte. Los habitantes de Bamileke no dudaban de la divinidad de la pareja. Sólo les disgustaba que esa divinidad fuera abusiva.
Decidieron elevar a Arax y Dárax a un estadio espiritual superior que impidiera a la pareja seguir importunando a los mortales. El veneno parecía un buen recurso para liberar a Arax y Dárax de la cárcel corporal que los volvía tan lascivos y codiciosos. Se pusieron de acuerdo y arrojaron alimentos envenenados por la ranura. Arax y Dárax no aparecieron más y así se convirtieron en deidades ideales, o al menos mucho más razonables. La gente podía regular sus ofrendas sin privarse de sus bienes. Podía adorar a la reencarnación de los antiguos dioses sin sentirse oprimida.
Bamileke era un lugar pequeño, apenas una franja de tierra en la costa, y un par de monarcas muertos bastaba para gobernarlo. (En el idioma de los habitantes de Bamileke, “monarca” y “dios” eran la misma palabra.) Los habitantes se reunían para la adoración semanal, y allí debatían sus problemas. Llamaron al edificio la Mansión de los Monarcas Muertos, y los monarcas muertos resultaron ser buenos gobernantes. No siempre encontraban soluciones, pero no cometían más errores que muchos gobernantes vivos.
Dorotea no conocía todos estos detalles. Más amante de la leyenda que de la historia, había preferido una versión pueblerina según la cual Arax y Dárax eran dos jóvenes enamorados que habían entrado en la residencia de los antiguos dioses de la región para huir de una comunidad hostil que se oponía al romance. Los pobladores los habían envenenado por despecho, y luego los habían adorado por arrepentimiento. Dorotea estaba fascinada por esta leyenda, y por la posibilidad de destruirla. Conquistaría esa región diminuta, establecería su sede en la Mansión de los Monarcas Muertos, ganaría ese territorio para la Iglesia Ecuménica. El papa de entonces, Osías Bonaparte II, jamás habría aprobado el plan si Dorotea no hubiera insistido en la hazaña simbólica que sería convertir a esos patanes y modificar el impronunciable nombre de la región. Dorotea había tenido tanto éxito con su resurrección del culto mariano en zonas agrestes de la Cruz y el Martillo que el papa tuvo que reflexionar.
-¿Bamileke? -preguntó Osías Bonaparte II-. ¿Dónde queda eso?
-Está lejos de casi todas nuestras rutas. Al sur de Osgorod.
-¿Osgorod? -preguntó Osías Bonaparte II-. ¿Dónde queda eso?
(Esto ocurría mucho antes de que las naves de doble quilla fueran a Osgorod en busca de su cargamento prohibido. Los faroles de sueños aún no se habían inventado.)
Dorotea llegó a las costas de Bamileke con una nave de doble quilla impulsada por velas y motores. El calor era sofocante, y tiempo después Dorotea anotaría en sus memorias que el aire era gordo y rojo. (Me cuesta entender eso porque yo no respiro aire. Yo no respiro. ¿Cómo podía saber ella que esa observación alguna vez pasaría a formar parte de mí, del Libro de la Tierra Negra? ¿Cómo podía saber que algún día Vladimir Ortiz leería y releería sus memorias en las bochornosas tardes de esa región que ella consideraba un país de leyenda? Según Vladimir Ortiz, las memorias de Dorotea revelan una malsana inclinación lírica que se acentuó con el tiempo, pero yo no puedo dejar de volver a esa expresión, el aire gordo y rojo, sin sentir curiosidad, o sin creer que siento curiosidad.) La nave de doble quilla se dividió en dos partes y ambos contingentes desembarcaron en dos extremos de una playa pantanosa y desierta. Dorotea avanzó al frente de sus hombres por un bosque enmarañado. Se dirigió hacia la Mansión de los Monarcas Muertos guiándose por las rampas y estructuras de metal oxidado que veía a lo lejos, las ruinas de la Ciudad del Cielo. Pensaba que esas estructuras recubiertas de vegetación eran reliquias de un antiguo culto, y en cierto modo lo eran. ¿Pero cómo podía saber que desde ese lugar los hombres habían viajado al infierno negro del espacio, transformados por el odiado Efecto Rastova? ¿Cómo podía saber que las ruinas que admiraba eran restos de algo que le habían enseñado a odiar?
Algunos habitantes los miraban con indolente curiosidad desde atrás de los árboles. Parecían inofensivos, y lo eran. Dorotea lamentó no tener la oportunidad de librar una gloriosa batalla, pero supuso que hallaría suficiente gloria en la Mansión de los Monarcas Muertos.
Esperaba encontrar un palacio exótico y brumoso, rodeado por templos y cementerios de piedra. Encontró un edificio vulgar y maloliente, rodeado por rampas y pistas de cemento y asfalto que formaban un claro en medio del bosque. Los nativos vivían en chozas de metal, construidas con restos de los artefactos y edificios de la Ciudad del Cielo.
El lugar era sórdido y prosaico, y parecía el ambiente menos propicio para la gran aventura que Dorotea había imaginado, pero la Protector no se dejó intimidar. Pensó que el cielo la ponía a prueba. Si el lugar no tenía magia, ella debía aportarla. Avanzó resueltamente hacia la Mansión de los Monarcas Muertos. Repetía ese nombre en voz baja, como si rezara una plegaria. Así lo había repetido en sueños durante años. Este momento era la encarnación de todos esos sueños. Ante el estupor de los curiosos, entró en el edificio, salió a la terraza y plantó la insignia de la Cruz y el Martillo. Sin duda esa pequeña hazaña le exigió más heroísmo del que esperaba. Los monarcas muertos, en efecto, estaban bien muertos, y aunque sus cadáveres deshechos ya no despedían olor, los alimentos descompuestos que aún les ofrendaban habían llenado el lugar de ratas y gusanos. Los monarcas no estaban abrazados, como esperaba Dorotea. Estaban tirados en rincones apartados, como si no les hubiera interesado compartir sus últimos momentos. Cada cual debía estar demasiado ocupado en sus propias convulsiones, anotaría Dorotea en sus memorias, con una crudeza que testimonia su irritación.
El personal de la fuerza de invasión se encargó de limpiar, ordenar y desinfectar el edificio ante la total indiferencia de los habitantes de la región. No les molestaba que alguien reemplazara a los monarcas muertos mientras no tuviera la osadía de estorbarlos con exigencias. Aceptaron el culto de la Cruz y el Martillo, pero en realidad adoraban a Dorotea, a quien llamaban Arax-y-Dárax. No les molestaba que fuera una extranjera mientras no interfiriera con sus costumbres.
Las autoridades de Nueva Roma no se deslumbraron ante esa conquista. Tuvieron que resignarse a dominar la región -no podían echarse atrás sin perder prestigio- y a crear un protectorado en una comarca tan poco rentable como aburrida. Según su estilo pragmático, aceptaron el traspié de Dorotea con elegancia. Llamaron Dorotea al nuevo protectorado, en honor de su conquistadora y fundadora, y otorgaron a Dorotea el cargo de Protector vitalicia. Ambas medidas eran inéditas, pero constituían una expresión más de la “política de doble filo” que la Iglesia había afinado con el tiempo y que Osías Bonaparte II ejemplificaría a la perfección en este episodio. Ningún territorio de la Cruz y el Martillo llevaba el nombre de un funcionario viviente, porque eso habría halagado su vanidad tentándolo a olvidar que era un soldado de la fe. En este caso, este inédito honor era un cruel castigo: en los círculos eclesiásticos, la fama de Dorotea quedaría asociada para siempre con su desliz, aunque para los legos constituyera un signo de prestigio. Y el cargo de Protector vitalicia equivalía a un exilio vitalicio disfrazado de retribución por los servicios prestados.
Las desdichas de Dorotea no terminaron allí. Obligada por las circunstancias a una mayor objetividad, y a un mayor cinismo, descubrió que Arax y Dárax eran un par de embaucadores que ni siquiera estaban enamorados. Los amantes inmortales eran sólo dos jóvenes inescrupulosos. En sus memorias Dorotea comentaba a menudo su decepción. Para colmo, no pudo dejar de notar que los habitantes de la región la adoraban en secreto, y eso la deprimía. Era ambiciosa, pero la idea de ser una divinidad la espantaba. Cada siete días los habitantes de la región se reunían ante el palacio. Nadie dejaba ofrenda en la mansión, pues Dorotea había prohibido explícitamente los antiguos dioses al imponer el culto neocristiano, pero la gente dejaba alimentos sin consumir esparcidos en la plaza. Era un modo sigiloso de perpetuar una costumbre. De pie ante la ventana, Dorotea veía y comprendía. Los habitantes de Dorotea la engañaban, y no podía hacer nada para evitarlo. Era la forma más escurridiza de resistencia. Ni siquiera estaba concebida como una forma de resistencia. Aparentaban aceptar el credo neocristiano para continuar su culto sin que los molestaran. Aparentaban aceptar la lengua román, pero aún creían en un idioma donde monarca y dios eran la misma palabra. Aparentaban aceptar el gobierno de la Cruz y el Martillo, pero seguían obedeciendo a los monarcas muertos. Y el nombre Dorotea no significaba nada para ellos, pues aún llamaban Bamileke a su tierra. Y para ella era una tortura. ¡Odiaba que ese lugar llevara su nombre! Más de una vez había pensado en suplicar a Nueva Roma que al menos le ahorrara esa humillación, esa vergüenza que se prolongaría como una burla aun después de su muerte. Pero luego había aceptado su destino. Era una pieza más del gran plan, el plan maestro. ¿Quién era ella para oponerse? Saúl y Edvardo habían aceptado que Teodoro fuera el fundador de la Iglesia. Dorotea optó por la aceptación, pero la aceptación la desquició.
Una fiebre voraz marchitó velozmente la belleza que ningún amante había podido adorar. Dorotea murió consumida por el fuego de esa fiebre, pensando que era el fuego de la fe. Sus memorias revelaban un acelerado deterioro de la mente. Una foto tomada en los últimos años revelaba que la decepción y la confusión habían causado en su belleza más estragos que la castidad. Su salida de este mundo había sido menos espectacular que su ingreso en la Iglesia Ecuménica. Vladimir Ortiz deploraba ese falta de coherencia dramática.
Con el tiempo, la “política del doble filo” también permitió a la Iglesia Ecuménica encontrar una aplicación para ese lugar inhóspito alejado de las rutas comerciales: allí enviaba a personajes encumbrados a quienes no podía degradar públicamente. El más famoso era tal vez el doctor Nelson, como también lo era, a su manera anónima, el descubridor del cristal doroteo. Pero por la Mansión de los Monarcas Muertos pasaron también muchos funcionarios menores. Dignatarios caídos en desgracia habían desfilado por allí, creyéndose honrados por un título que en realidad los disminuía. En general no duraban mucho, como si el nombre de ese edificio de cemento se les impusiera y de algún modo se creyeran en la obligación de respetarlo con una muerte prematura. Esto era una bendición para Nueva Roma, pues la desaparición de esos funcionarios garantizaba puestos libres, siempre útiles cuando se necesitaba desterrar a alguien sin usar la palabra destierro.
de Carlos Gardini, El Libro de la Tierra Negra

viernes, 4 de abril de 2008

“La casa de azúcar” de Silvina Ocampo


Lo ominoso forma parte de la narrativa de Ocampo de la misma manera que la tinta en un libro. El cruce claramente perturbador entre lo más cercanamente familiar a lo monstruoso y lo extraño produce un efecto de opresión e incluso miedo en el lector. En “La Casa de Azúcar”, este quiebre de lo familiar y su contacto con el horror se producea lo largo del cuento, que funciona como un cuento de horror gótico (con el tópico de la casa embrujada, que funcionaría como personaje). El aparentemente inofensivo y acogedor hogar se vuelve el centro de una poderosa posesión, que a la vez mata y transforma.

El relato está constituido a la manera de un antiguo relato de horror: una joven pareja, ella aniñada y supersticiosa y él débil y enamorado, se muda a una casa embrujada que termina por causar un desastre. Es, además, una casa antigua refaccionada para alquilarse, que se consigue a un precio mínimo, que anteriormente estuvo habitada por una figura misteriosa y de una fuerza y atractivo imponentes (Violeta), que desde un primer momento posee una fuerte atracción para la joven, Cristina. Paulatinamente, se va operando una transformación en ella, que va siendo poseída por el alma transmigrada de su anterior propietaria, convirtiéndose involuntariamente en ella, y matándola.

El cuento está narrado por su protagonista, que es quien media entre la historia y nosotros, y su espacio se recorta a la casa, espacio donde se desarrolla lo perturbador, y las calles, donde el protagonista efectúa sus movimientos.

Es el marido el principal foco del temor. A él, sujeto aparentemente racional, pero subyugado por el amor que le tiene a su mujer, es a quien los sucesos extraños que suceden en la casa le causan la mayor perturbación. El hombre se ve impotente para luchar contra el destino y el embrujo impuestos por la casa, embrujo que recae sobre él de manera indirecta, arrebatándole a su mujer.

Analizaré ahora ciertos elementos que aparecen en el cuento, y trataré de ver sus posibles nexos con el horror gótico

1) la casa antigua (que al final del cuento quedará deshabitada): funciona como un personaje que es a la vez familiar y recónditamente perverso. Es la casa la que opera para que los sucesos se desencadenen. Su antigüedad se deja entrever por el antiguo color rosado de la casa, que ahora está cubierto por pintura blanca. Podría vérsela como el tópico de la “Casa Embrujada”

2) La pareja joven, víctimas del horror. Su protagonista funciona como el héroe de una novela gótica: intenta averiguar qué es lo que sucede, pero las circunstancias y lo mágico-diabólico lo superan.

3) El “fantasma”, víctima y victimario, en la figura poderosa de Violeta, que es a la vez misteriosa y atractiva, y muere con odio maldiciendo a quien la mató sin darse cuenta. El nombre es, además, un claro símbolo: una flor de cementerio. Por otro lado, este personaje devela su misterio recién al final, aunque a lo largo del cuento se de cuenta de él con datos sugestivos, fantasmagóricos.

4) El estar relatado como un testimonio es uno de los rasgos más distintivos del horror clásico: esto profundiza y ayuda a construir el verosímil de la historia. Esto aparece en relatos como Frankestein, de Mary Shelley, Manuscrito hallado en una Botella de Edgar Allan Poe, La Llamada de Cthulhu de H.P. Lovecraft, etcétera.

El relato además nos ofrece toda suerte de presagios extraños e inquietantes. El perro Bruto es uno de esos elementos fantásticos. Su paladar negro que “indica pureza de raza”[1] es también tétrico. Es un nexo entre las mujeres de la historia, y un símbolo de lo irracional y lo perturbador. El color negro del paladar no sólo indica raza, sino que también funciona como un elemento intranquilizador: es la primera señal de lo extraño que sucede en la casa.

La chica dueña del perro se obstina en llamar Violeta e identificar a Cristina con ella, a pesar de nunca haberle visto la cara a ninguna de las dos, y demuestra su fascinación obsesiva por la antigua habitante de la casa. Además, su obsesión viene desde niña, y se comporta como tal. Los niños en Ocampo siempre funcionan como un elemento perturbador y extraño.

Las mismas supersticiones aparentemente infundadas de Cristina operan de la misma forma: estas cuestiones son en un principio “encantadoras”, pero más adelante resultan perturbadoras. La función de estas mujeres en este cuento fue bien captada por Pelossi, en su ensayo comparativo sobre La Hechizada” de Mujica Láinez y “La casa de azúcar” cuando dice que “Víctimas o ejecutoras de fuerzas ocultas, estas figuras femeninas se mueven en medio de una atmósfera de magia, misterio y hechicería, cuyo sentido último los narradores masculinos, simultáneamente personajes y testigos, no consiguen desentrañar”[2]. Las mujeres resultan a la vez familiares y ajenas al universo masculino, que no logra comprenderlas. El deseo del protagonista es rechazado: él desea fundirse con su amada, pero ella escapa, poseída por el espíritu de Violeta.

El hombre, finalmente, abandona la casa, que queda deshabitada.

La conclusión es inevitable. En este relato operan toda serie de artificios del gótico en su más pura forma, combinados con la poética particular de Silvina Ocampo. Por otro lado, el retomar los tópicos del gótico no es incoherente para la misma: en su grupo de Sur junto a Borges y Bioy Casares, se rescata la narrativa fantástica y los géneros antiguamente considerados menores, dándole preponderancia a la narrativa anglosajona. Su particular visión perturbadora transforma el fantástico en algo perturbador del orden de las cosas, y su crueldad la llevaría con relativa seguridad y facilidad al género del horror gótico.


[1] Ocampo, Silvina Cuentos Completos I, Emecé Editores, Buenos Aires, 1999, página 188

[2] Pelossi, Claudia Teresa “«La hechizada» de Manuel Mujica Láinez y «La casa de azúcar» de Silvina Ocampo; dos relatos de transmigración de almas” http://www.salvador.edu.ar/gramma/3/ua1-7-gramma-01-03-16.htm